Publicación del libro “Nudge. The Final Edition”

Publicación del libro “Nudge. The Final Edition”

Juli Ponce
Catedrático de Derecho Administrativo

En Nudge. The Final Edition el premio Nobel de Economía de 2017 Richard Thaler y el jurista Cass Sunstein revisan y amplían su célebre libro aparecido hace ya más de una década, en 2008, y que fue traducido al español por editorial Taurus como “Un pequeño empujón: El impulso que necesitas para tomar mejores decisiones sobre salud, dinero y felicidad”.

Como indican en el prólogo de esta obra, el añadido de edición final en el título intenta ser una estrategia de compromiso para evitar problemas de autocontrol, bien estudiados en el ámbito de las ciencias conductuales, y así no realizar nuevas ediciones en el futuro…cosa que, se nos dice, al menos uno de los dos coautores, no se indica quien, cree que funcionará…

Muchas cosas han pasado en el mundo desde la publicación de la primera edición de este libro en la primavera de 2008. Entre otras, una grave crisis económica que se mascaba cuando apareció la primera edición y una pandemia de Covid-19 que todavía no hemos superado del todo al aparecer esta edición final.

La obra que comentamos mantiene en esencia los cuatro primeros capítulos del libro que no sufren excesivos cambios. Se trata de los referidos a los sesgos y los nudges o acicates. En otras partes del libro se mantienen también las reflexiones realizadas originalmente, pero con una mirada más fresca a la luz de los datos recogidos en estos años transcurridos. Pero también añade nuevos capítulos dedicados a la divulgación o transparencia inteligente (smart disclosure) y al concepto de sludge, que se podría traducir por lodo, fango o cieno, pero que el colaborador de nuestra red Pablo Grande ha tenido el acierto de traducir más gráficamente como chapapote, en la entrada en este mismo blog titulada “Ingreso Mínimo Vital y chapapote tributario”.

Asimismo, se ha ampliado la extensión del capítulo dedicado al cambio climático y al medio ambiente y se han introducido referencias sobre la pandemia de Covid-19. Y para finalizar el libro, se incluye también una sección completamente nuevo titulado gráficamente “Departamento de Reclamaciones” donde los autores consideran y rebaten algunas de las críticas que su obra ha generado en los trece años transcurridos desde la publicación de la primera edición.

Como es sabido, las aportaciones conductuales (behavioural insights) provenientes de las ciencias conductuales han impactado con fuerza en las últimas décadas, cambiando el modo en el que entendemos cómo toman las decisiones las personas. Las ciencias de la conducta humana son un conjunto de disciplinas que se ocupan de la conducta humana en la medida en que influye y es influida por las actitudes, el comportamiento y las necesidades de otras personas. Las disciplinas que forman parte de las ciencias de la conducta serían antropología, pedagogía, ciencias políticas, psiquiatría, psicología, criminología y sociología. Este conjunto se puede incluir dentro de otro más amplio el de las ciencias sociales, que se ocupan del origen y funcionamiento y de las instituciones de la sociedad, que abarcarían, por ejemplo, derecho, economía, historia y geografía.

En el ámbito de la Economía, hace décadas ya que la Economía del comportamiento o conductual (Behavioural Economics) constituye una rama consolidada de esta área de conocimiento, en relación a la cual han sido concedidos hasta siete Premios Nóbel (si bien debe tenerse en cuenta que Alfred Nobel no incluyó a la Economía en su testamento como un Premio Nobel, por lo que no es la Fundación Nobel la que se encarga de otorgar dicho reconocimiento, sino que fue el Banco de Suecia el que, en 1968, estableció dicho premio para conmemorar el aniversario del banco central). Alguno de estos premios referidos a Economía conductual no ha sido entregados en realidad a economistas, sino a psicólogos.

Herbert Simon, premio Nobel de economía en 1978, centró sus investigaciones en lo que denominó “Decission-making process”, intentando valorar las limitaciones en la capacidad de la gente para tomar decisiones con una información incompleta y, en ocasiones, abrumadora. En el año 2002, Daniel Kahneman recibe igualmente el Nobel por haber integrado las investigaciones en psicología con la economía, y vincularlas con el análisis de los juicios personales y la toma de decisión en condiciones inciertas. Otros académicos premiados fueron Akerlof y Shiller (el primero, Nobel de Economía en 2001 y el segundo en 2013), quienes en “Animal Spirits: How Human Psychology Drives the Economy, and Why It Matters for Global Capitalism” (2009) señalan que la economía no es solo orientada por motivos netamente racionales, sino que también intervienen motivaciones no económicas e irracionales. El 2016 Oliver Hart y Bengt Holmström fueron premiados con el premio Nobel también. Sus hallazgos se basaban en que los contratos tienen un papel fundamental en la sociedad y en la economía y en que, si su diseño es el adecuado, pueden proteger frente a la incertidumbre y contribuir a la cooperación. Richard H. Thaler, coautor del libro que nos ocupa, recibió también su premio Nobel en 2017, como ya sabemos por su trabajo pionero en establecer que la gente es previsiblemente irracional y que se comporta consistentemente desafiando la teoría económica.

En 2019 los economistas Abhijit Banerjee, Esther Duflo y Michael Kremer recibieron el Nobel por su aproximación experimental en la lucha contra la pobreza.

En el Derecho crecientemente se habla también de Derecho conductual (Behavioural Law), como hace Ulen, para referirse a una manera de abordar el análisis legal tomando como base los resultados de estos estudios de las ciencias conductuales sobre el comportamiento. También existe un desarrollo en torno a la ética conductual (Behavioural Ethics). Como se ha expuesto en este blog, de hecho, la ética conductual y sus investigaciones muestran cómo, aunque la infracción jurídica calculada existe, en muchos casos la conducta antijurídica deriva de un proceso de decisión mucho menos deliberado. Esto es, hay gente, mucha gente, buena gente, en las palabras usadas en el título de la obra de Feldman (The Law of Good People. Challenging States´Ability to Regulate Human Behavior, publicado por la editorial Cambridge en 2018)  que no cumple el Derecho no porque esté dispuesta a pagar un precio (sanción, pena) que le sale a cuenta en un análisis coste-beneficio, sino porque deciden inducidos por errores cognitivos sistemáticos, a los que enseguida nos referiremos, los cuales los llevan a ignorar, justificar o excusar su conducta antijurídica.

Entre las ciencias de la conducta humana, como decimos, se encuentran la neurociencia y la psicología. La psicología se ocupa de la conducta y de la mente (algo así como el software, si utilizamos la metáfora del ordenador); la neurociencia, del sistema nervioso, que es el soporte de la mente y el dispositivo físico sobre el que se asienta la mente y el control de la conducta (el hardware). Es difícil que una pueda funcionar sin la otra. Si la neurociencia se limitase a estudiar el cerebro, nunca enlazaría con las cuestiones del porqué y cómo una persona ha actuado como lo ha hecho.  Por otra parte, si la psicología obviara el sistema nervioso, no entendería bien la base física de dichas conductas. Progresivamente ambas interactúan y se retroalimentan cada vez con mayor intensidad.

Neurociencia y psicología tienen intensas relaciones y están en proceso de interactuar y enriquecerse mutuamente en el futuro. Pero ha sido sobre todo la psicología en las últimas décadas, con los conocidos trabajos de los psicólogos israelíes Tversky, fallecido en 1996, y Kahneman, “premio nobel” de Economía en 2002 (sobre su biografía y apasionante relación profesional, véase el interesante libro de Lewis, M., Deshaciendo errores, Debate, 2017), la que ha permitido llegar en la actualidad a un punto en el que es aceptado ampliamente que:

  • La racionalidad absoluta de la persona, del homo economicus no existe, puesto que, ante todo y por lo que ahora nos interesa, es limitada (como Simon puso de relieve hace ya mucho tiempo), por un lado, y porque, además, no tiene en cuenta comportamientos perfectamente racionales como la reciprocidad y el altruismo (lo que da lugar a un modelo de homo reciprocans, que toma sus decisiones en base a normas sociales, en las que la reciprocidad, el altruismo y la confianza importan).
  • Por otro lado, sabemos que tal racionalidad está interferida por heurísticos y sesgos cognitivos. Los trabajos de los autores citados señalan como los esquemas o heurísticos cognitivos son ciertas normas simplificadoras de selección y procesamiento de la información, como atajos intuitivos, que funcionan como un mecanismo adaptativo ante los límites de nuestros recursos cognitivos (un octógono rojo significa pararse, una mano tendida, saludo). En situaciones de riesgo e incertidumbre, conducen a determinados sesgos de valoración y predicción. Aunque los heurísticos pueden proporcionar atajos eficientes y rápidos en el procesamiento de información, en ocasiones conducen a errores sistemáticos y predecibles. Los heurísticos producen, pues, errores, y los sesgos son errores que se producen de manera sistemática. No todos los errores son sesgos, pero sí que todos los sesgos son errores.

Debido a dichos sesgos, nuestro cerebro nos engaña, no infrecuentemente, convirtiéndonos en individuos que cometemos errores y tomamos malas decisiones, aun cuando dispongamos de información completa. Los avances científicos de las últimas décadas nos demuestran que las personas no somos decisores perfectos que maximicemos nuestro interés con racionalidad absoluta, aunque pueda sorprender, pues las desviaciones de la racionalidad de las personas están ya bien estudiadas. Kahneman ha expuesto de forma muy didáctica la existencia de dos sistemas de toma de decisiones en las personas, uno automático y rápido, el llamado sistema 1, y otro que conduce a un esfuerzo vinculado a la deliberación previa para decidir, el sistema 2. Ambos pueden actuar dependiendo del caso y pueden vincularse con determinadas áreas del cerebro. El sistema 1 se activa de manera inconsciente y funciona bien en numerosas ocasiones, pero en otras muchas conduce a errores cognitivos provocados por los heurísticos y sesgos empleados por nuestra mente para tomar una decisión rápida sin excesivo consumo de energía.

La principal premisa de la teoría de la psicología cognitiva, pues, es el entendimiento de que el cerebro humano es un procesador de información limitado, incapaz de procesar exitosamente todos los estímulos que le llegan. Esta distinción entre sistemas explica, por ejemplo, que proporcionar información no es suficiente, por sí misma, para modificar el comportamiento.

Dado que gran parte del comportamiento es automático, instintivo y habitual, por ejemplo, el etiquetado y las campañas informativas no garantizan por sí solas el cambio de conducta. De ahí que los autores en el libro que comentamos hayan incluido un capítulo específico, como dijimos, sobre divulgación o transparencia inteligente (smart disclosure), entendida como una manera específica de recoger y hacer disponible la información a los consumidores y usuarios. Consiste en un conjunto de reglas destinadas a resolver el problema de la letra menuda y a facilitar mejores decisiones a los consumidores y usuarios. No se trata sólo de ofrecer información: se trata de seleccionarla, ordenarla y presentarla de acuerdo con los conocimientos de las ciencias conductuales, para hacerla simple y comprensible. Si se impone esta obligación normativamente a las empresas privadas y al sector público, esta imposición no es en sí el instrumento conductual, sino que la obligación de divulgación inteligente sirve para poder desplegar un incentivo destinado a influir en las personas que accederán a dicha información exigida.

Es a partir, pues, de las aportaciones de las ciencias de la conducta humana que surge la noción de nudging nudge Dado que la racionalidad absoluta del homo economicus no existe y además tal racionalidad está interferida por heurísticos y sesgos, surgen los nudges como estrategias para mejorar la racionalidad decisora.

Desde una perspectiva puramente lingüísticanudge en inglés, de acuerdo por ejemplo con el Diccionario Cambridge, significa empujar algo o a alguien suavemente, especialmente empujar a alguien con el codo (esto es, la parte media del brazo donde se dobla) para atraer la atención de una persona. En español, la Fundación del Español Urgente, promovida por la Agencia EFE y BBVA, indica que «acicate», que se define como ‘incentivo’ o ‘estímulo’, puede ser una alternativa a «nudge» cuando se emplea como sustantivo (coup de pouce en francés o spinta leggera, en italiano, por ejemplo). Aunque a menudo se traduce al español como «empujón», esta palabra alude a un ‘impulso que se da con fuerza’, mientras que la voz inglesa sugiere, como señalan los principales diccionarios de esa lengua, que se trata de un estímulo suave, razón por la que en ocasiones se emplea «empujoncito», alternativa más coloquial, o «pequeño empujón». Como verbos pueden ser válidos «acicatear», «animar», «espolear» o «incitar».

En la obra que nos ocupa, los autores definen el nudging en el ámbito de las políticas públicas de la siguiente manera, manteniendo en esencia la definición empleada en 2008 aunque completándola un poco (la traducción es nuestra del original, que se encuentra en la página 8 de la obra comentada):

«…cualquier aspecto de la arquitectura de la elección que altere el comportamiento de las personas de forma predecible sin prohibir ninguna opción ni cambiar significativamente sus incentivos económicos. Para que cuente como un mero acicate, la intervención debe ser fácil y barata de evitar. Los acicates no son impuestos, multas, subvenciones, prohibiciones ni mandatos. Poner la fruta a la altura de los ojos cuenta como un acicate. Prohibir la comida basura no».

Se habla de arquitectura de la elección porque cuando se le pide a alguien que haga una elección, la forma en que se ofrecen las alternativas afecta a su respuesta. En cualquier caso, existe siempre un diseño del contexto de decisión, realizado consciente o inconscientemente por quien diseña, la persona arquitecta de la elección, contexto en el que consumidores o usuarios de servicios públicos elegirán entre opciones y adoptarán decisiones (comprar, vacunarse, etc.). Esto ocurre también, por supuesto, en el ámbito digital.

Como ha señalado el Comité Económico y Social Europeo en un documento de 2017 respecto a los nudges públicos:

“Los nudges son un instrumento de política pública que se suma a los ya utilizados por las autoridades públicas europeas (…). Se nos presentan, sin embargo, como una herramienta especialmente interesante para responder a determinados desafíos sociales, medioambientales y económicos”.

Partiendo de esta idea, pueden existir, y existen, actividades privadas y públicas de incentivo o desincentivo de ciertas conductas de los consumidores y usuarios tanto fuera como dentro del mundo digital. Estas arquitecturas de la elección pueden ser transparentes o no y tener finalidades aceptables e incluso positivas (incentivar el consumo sin engaños y respetando la voluntad del consumidor, personalizar servicios públicos para ofrecer una mejor gestión pública) inaceptables ética y jurídicamente (conseguir mayores ventas de productos o servicios a los consumidores u orientar o dificultar el uso de servicios públicos u obtener datos personales sin un consentimiento claro y explícito, manipulando así a las personas).

En este último caso, nos encontramos ante sludges, esto es, chapapote privado o administrativo, que constituye un aspecto de la arquitectura de la elección consistiendo en una fricción que hace más difícil a las personas obtener un resultado que desean para su bienestar. El chapapote puede darse tanto en el sector privado como en el público y los autores en el capítulo correspondiente de la obra que comentamos así lo indican acertadamente mediante diversos ejemplos.

Por ejemplo, en el ámbito privado, algunas prácticas digitales conocidas como dark patterns o diseños oscuros, de los que nos hemos ocupado en este blog, son chapapote. Los diseños oscuros son diseños de interfaz de usuario y experiencia de usuarios (User Interface and User Experiences, UI/UX) que intentan intencionadamente explotar las vulnerabilidades de las personas, manipulando, engañando a los usuarios en su detrimento. Se crean con la intención de empujar a los usuarios hacia un determinado resultado. Esta definición subraya el amplio concepto de los diseños oscuros, que pueden utilizarse con diversos fines (por ejemplo, obtener más datos personales, dinero, influir en un voto o, en general, cualquier decisión).

En el ámbito administrativo, el chapapote enlaza con el concepto de carga administrativa innecesaria. Existe cierta confusión entre los términos coste y carga administrativos y una connotación negativa en esta última expresión, que no siempre es adecuada.

En sentido estricto, de acuerdo con la definición ofrecida por el Standard Cost Model, una metodología internacional de medición de costes administrativos, una carga administrativa es un tipo posible de coste administrativo impuesto a las empresas: es una obligación normativa de proporcionar información (sea inscribirse en un registro, sea solicitar una licencia, por ejemplo) impuesta a una empresa. Si dicha carga es precisa para la protección de los intereses generales (por ejemplo, información sobre efectos secundarios de los medicamentos), se trata, de una carga positiva y necesaria, a mantener. Esta distinción no es realizada en la obra comentada (ver la página 154, a propósito de las administrative burdens) y sin embargo es relevante. Sólo si dicha carga es innecesaria, es chapapote, y lo ideal sería evitarla en el momento de elaborar normas (evaluación ex ante) o simplificar, eliminándola, en el momento de evaluarlas (evaluación ex post).

Identificar el chapapote administrativo y distinguirlo de las cargas administrativas necesarias para el interés general no es sencillo y exige una estrategia y una serie de ponderaciones cuidadosas (auditorías de chapapote, sludge audits), a las que el capítulo del libro que comentamos alude, pero no desarrolla. Quien quiera profundizar en esta materia, debería entonces acudir a anteriores publicaciones u a otra reciente publicación de uno de los coautores, Sunstein, quien se ocupa del tema en el libro Sludge: What Stops Us from Getting Things Done and What to Do about It, aparecido en 2021, casi al mismo tiempo que el que nos ocupa aquí.

La estrategia de acicatear, esté recogida formal o informalmente debe respetar en todo caso los derechos constitucionales implicados (por ejemplo, lo estará formalmente en una regulación jurídica que establezca una opción por defecto ante una elección: por ejemplo, ser donante de órganos o no, u optar por una alternativa u otra en relación con las pensiones; pero no lo estará la instalación de reductores de velocidad en el pavimento para inducir a reducir la velocidad de los conductores). Entre estos derechos, pueden hallarse en juego los de libertad de pensamiento (en relación con el uso de acicates por parte de las empresas privadas o las Administraciones con voluntad de “manipular” las decisiones de los ciudadanos) o el derecho a la intimidad (por la misma razón).

Respecto a la liberta de pensamientoen otro lugar en este blog hemos recordado a John Stuart Mill en su obra de 1859  Sobre la Libertad, en el sentido de que no puede haber libertad de pensamiento sin libertad de atención. Si se nos manipula ésta, se afecta a aquella, y es preciso recordar que el derecho a la libertad de pensamiento viene protegido por ejemplo por la Declaración Universal de Derechos Humanos y por el CEDH, art. 9, y en nuestra CE, si bien no explícitamente, aparece como requisito necesario para la libertad de expresión (art. 20), consecuencia de aquélla.

Como ha recordado la STC 76/2019, de 22 de mayo de 2019, citando decisiones precedentes, en relación con la libertad ideológica del art. 16.1 CE, ésta incluye “una dimensión interna del derecho a adoptar una determinada posición intelectual ante la vida y cuanto le concierne y a representar o enjuiciar la realidad según personales convicciones” si bien no se agota ahí, pues  “Comprende, además, una dimensión externa de agere licere, con arreglo a las propias ideas sin sufrir por ello sanción o demérito ni padecer la compulsión o la injerencia de los poderes públicos».

Puede decirse, pues, que un acicate que aproveche nuestros sesgos para manipularnos y captar nuestra atención, sea público sea privado, podría llegar a afectar a nuestro derecho constitucional a la libertad de pensamiento, íntimamente vinculado con el valor dignidad y el libre desarrollo de nuestra personalidad (art. 10.1 CE).

Asimismo, al establecer nudges las Administraciones deben evitar vulnerar el principio de imparcialidad y deberán respetar, por supuesto todas las reglas y principios (así, interdicción de la arbitrariedad o igualdad, por ejemplo) establecidos por el ordenamiento jurídico. Como señala acertadamente Velasco:

“la forma ‘no imperativa’ característica de los ‘nudges’ no supone ni neutralidad ni inocuidad. Si un “nudge” es útil para dirigir una conducta (y si no es útil, no sería un “nudge”) puede hacerlo bien o mal, en una dirección correcta o en otra ilícita. Por eso, cuando de un “nudge” puedan derivar sacrificios a derechos fundamentales (porque se incentiva positivamente una conducta que puede ser contraria al derecho de propiedad, a la libertad de empresa, o la intimidad personal), será necesaria previa ley (art. 53.1 CE). De la misma forma, si mediante una campaña informativa pública se mejora la venta de productos de una empresa, pero se arruina a otra, pueden entrar en juego las garantías de responsabilidad (art. 9.3 y 106.2 CE). Y ya por último, los “empujoncitos” pueden ser objeto de control judicial (arts. 24 y 106.1 CE): bien a través de la decisión que configura la “arquitectura de la decisión”, bien evaluando el “empujoncito” en sí mismo, por los efectos que produce”.

El libro que comentamos se ocupa de las aportaciones conductuales y de los acicates en ámbitos como el ahorro para las pensiones (Capítulo 9), crédito (Capítulo 11), seguros (Capítulo 12) o donación de órganos (capítulo 13, con cita específica del caso español, supuesto en el que se señala que el buen funcionamiento del sistema, ejemplo mundial, nada tiene que ver con el sistema de opción por defecto en favor de la donación, que de hecho los autores niegan rotundamente que sea tal, debido a la intervención de los familiares; postura que entiendo sería discutible, a la luz de la letra del artículo quinto de la Ley española 30/1979, de 27 de octubre, sobre extracción y trasplante de órganos, y pese a la intervención familiar en la práctica).

También, ya nos consta, el libro se ocupa del cambio climático y del medio ambiente (capítulo 14), ámbito en el que una serie de circunstancias, incluyendo los sesgos cognitivos del presente y de la aversión a la pérdida, crean, como señalan los autores, una tormenta perfecta. En este ámbito, los autores son prudentes y humildes. Regulaciones coactivas deberán ser impuestas para contrarrestar dicha tormenta, si bien siguen existiendo en su opinión un conjunto de intervenciones útiles en forma de acicates que merece la pena usar también para ayudar.

Así, la provisión de información a los consumidores de forma inteligente a fin de crear listas negras medioambientales como ejemplo de acicate social que sugieren emplear para las emisiones de efecto invernadero. En este sentido, los autores se apoyan en el que consideran útil antecedente en la legislación norteamericana del inventario de emisiones tóxicas, puesto en marcha desde los años 80 del pasado siglo, como consecuencia del desastre de Bhopal en India).

Otro ejemplo de acicate usado es la opción por defecto en favor del medio ambiente (automatically green), tomando en consideración el sesgo de inercia o status quo, donde emplean un ejemplo alemán donde el uso de opciones por defecto aplicadas a familias en favor de la energía verde condujo a que éstas en más de un 69% optaran por aquélla, que ha conducido a que numerosas empresas de aquel país estén automáticamente incluyendo a los contratantes en energía verde, salvo que éstos opten por lo contrario.

Finalmente, también se considera el uso por proveedores de energía de acicates que tengan en cuenta el sesgo de conformidad, informando y comparando en nuestra factura nuestro gasto con el de nuestros convecinos, técnica que ya se ha empleado con buenos resultados.

Por último, el libro se cierra con la parte referida, como dijimos al “Departamento de reclamaciones” y un epílogo.

En cuanto a las críticas recibidas por la primera edición de su obra, los autores repasan algunas de ellas, no todas, como veremos, y ofrecen argumentos para rebatirlas.

Las críticas que consideran Thaler y Sunstein tienen que ver con la confusión de que puede generar la expresión paternalismo libertario; con la crítica que se basa en que los arquitectos de la elección también están sesgados y pueden ser maliciosos; con la debilidad de los acicates; con el riesgo de que éstos conduzcan a una pendiente deslizante en favor de la intervención pública; con la necesidad de ofrecer información y educación a las personas para que puedan elegir adecuadamente en vez de acicatearlas; con la posibilidad de manipulación por parte de los acicates, como ya avanzamos antes; y con la necesidad de emplear prohibiciones y mandatos en vez de acicates.

Téngase en cuenta que, aunque no incluidas en este “Departamento de reclamaciones”, el libro también considera y responde a las críticas referidas a la ausencia de duración sostenida en el tiempo de los acicates, pero en otro lugar (véanse las páginas 209 y ss., donde se analiza el ejemplo del sistema de pensiones sueco como piedra de toque para la respuesta a los críticos).

¿Qué argumentan los autores respecto a estas críticas? A efectos de mayor claridad, vamos a utilizar un cuadro comparando la esencia de la crítica y la respuesta dada en el libro, que simplemente exponemos concisamente:

Críticas a las aportaciones conductuales y a los acicates Argumentos de respuesta a las críticas en Nudging. The Final Edition
1. Buscan ser la solución a todos los problemas. Esto no es cierto; véase al respecto el capítulo final Departamento de Reclamaciones, donde se acepta la necesidad de ordeno y mando y la posible combinación de los acicates con mandatos y prohibiciones necesarias.
2. Los nudges no son suficientes y son una distracción. El libro insiste en que pueden ayudar, pero no son una solución mágica, y no rechaza la posibilidad de combinarlos con mandatos, prohibiciones e incentivos económicos.
3. Los nudges no perduran en el tiempo. Hay pruebas empíricas contra la falta de efectos duraderos en el caso sueco de las pensiones, expuestas en el libro.
4. La expresión «paternalismo libertario» es confusa. El libro lo niega; libertario significa proteger la libertad de elección; paternalismo, actuar sobre los medios, no sobre los fines.
5.  Los arquitectos de la elección son vulnerables a los prejuicios y pueden ser potencialmente maliciosos. El libro recuerda que la arquitectura de la elección siempre está ahí; no se puede evitar. También ocurre con el ordeno y mando (mandatos y prohibiciones) y es aún peor, porque no hay posibilidad de elección personal… Pueden utilizarse técnicas de de-sesgamiento.
6. Los empujones son pendientes resbaladizas que siempre conducen a una mayor intervención pública. El nudging es inevitable y preserva la libertad de elección. No hay nada que imponga una intervención creciente.
7. En lugar de empujones, se necesita una mejor promoción de la elección activa. No hay que usar un acicate, sino impulsar, potenciar, educar a las personas. Pero en algunos casos, obligar a las personas a tomar decisiones difíciles es forzarlas frente a alternativas complicadas. Todas esas propuestas son compatibles con el nudging. Varios nudges se basan en el sistema 2, no en el 1: divulgación de información, advertencias, recordatorios. La educación no es la solución mágica según la investigación empírica disponible.
8. El nudge es una manipulación. La mayoría de los nudges no son manipulaciones: las etiquetas, advertencias y recordatorios son públicos y claros. Las normas por defecto deben ser transparentes. Sólo podrían calificarse de manipulación si el nudge es opaco o si dificulta que la gente tome una decisión diferente (sludge): para evitarlo, el principio de publicidad debe guiar el nudging.
9. El nudge sólo funciona si es opaco. No es cierto según la investigación empírica; precisamente lo contrario.
10. Los mandatos y las prohibiciones deben utilizarse siempre en lugar de los nudges. Sólo si hay externalidades; si hay elecciones que pueden resultar perjudiciales para otros. Pero incluso en esos casos, los nudges tienen un papel en combinación con las prohibiciones, los mandatos y las sanciones.

En conjunto, las respuestas a las críticas creemos que son convincentes. Es más, en algunos casos podrían incluso manejarse argumentos complementarios para rebatirlas. Así, en relación con el uso de prohibiciones, mandatos y sanciones en vez de acicates, convendría utilizar el argumento de la proporcionalidad: según el conocido principio jurídico de proporcionalidad los nudges deberían utilizarse si están disponibles y son eficaces, porque son menos restrictivos en cuanto a los derechos de los ciudadanos que otras alternativas. Insistimos, siempre que pueda fundamentarse su uso en su eficacia en cada situación concreta, claro.

En cuanto a la expresión paternalismo libertario, ciertamente puede inducir a confusión. En este sentido, Cassese introduce una expresión alternativa que nos parece más clara y que enlaza con lo sostenido en el párrafo anterior: la de intervención liberal —Cassese, S. (2016) «Exploring the legitimacy of Nudging», in Kemmerer, Möllers, Steinbeis, Wagner (Eds), Choice Architecture in Democracies. Exploring the Legitimacy of Nudging, Hart, Nomos, pp. 241-246. En nuestra opinión, esa intervención liberal debe estar siempre justificada por un servicio a los intereses generales, no sólo por el simple supuesto bienestar de una persona o grupo de persona, si bien ambas perspectivas pueden confluir fácilmente (por ejemplo, acicate para dejar de fumar, hacer más ejercicio, seguir una dieta, vacunarse o llevar casco en moto, que es susceptible desde luego de aumentar el bienestar de las personas, pero que se desarrolla por la Administración para servir a los intereses generales de protección de la salud y la seguridad de las personas y de ahorro de gasto público sanitario).

Aun así, hay otras críticas a las aportaciones conductuales que los autores no consideran en su “Departamento de reclamaciones” ni en otras partes del libro, al menos explícitamente. Así, dejan sin responder las críticas referidas, como mínimo, a los siguientes aspectos que vamos a exponer. Dado que bien los propios autores en la obra comentada, de forma implícita, o en otras obras anteriores de forma más explícita, y otros especialistas han ofrecido argumentos para rebatir dichas críticas, también los incluimos en formato de tabla, como antes:

Críticas a las aportaciones conductuales y al nudging no consideradas directamente en el libro

Argumentos de respuesta a las críticas no consideradas específicamente en el libro, que pueden encontrarse en la literatura especializada o implícitamente en la obra comentada
1. Las ideas sobre el comportamiento y el nudging se han desarrollado más en Estados Unidos y el Reino Unido, donde es necesaria la legitimación de la intervención pública. No serán tan aplicables en el contexto europeo o en otros lugares en los que la intervención pública está más generalmente aceptada. (Formulada desde el Derecho, por ejemplo, en España Velasco Caballero). Sabino Cassese, en un libro colectivo lo niega: nudging es importante para contextos fuera de los EEUU y Reino Unido. Las razones: el existente exceso de regulación, la necesidad de subrayar el cumplimiento de la misma y de anteponer a las personas y empresas reguladas y situarlas en el centro de atención.   Véase: Cassese, S. (2016) «Exploring the legitimacy of Nudging», in Kemmerer, Möllers, Steinbeis, Wagner (Eds), Choice Architecture in Democracies. Exploring the Legitimacy of Nudging, Hart, Nomos, pp. 241-246.
2. Son un caballo de Troya del neoliberalismo porque ponen el acento en el individualismo a la hora de incidir en los comportamientos individuales, olvidando las causas sociales y las respuestas sociales. Por ejemplo desde la sociología: -Bergeron, H. et. al., Le biais comportementaliste, SciencesPo-Les Presses, 2018, pp. 77 y ss. -Chabal, A., Souriez, Vous êtes nudge, Éditions du Faubourg, 2021, p. 199 y ss. Son utilizados por diferentes partidos políticos en varios países de todo el mundo.   Incluyen la promoción de políticas públicas sociales (ej. inscripción automática para la alimentación gratuita de los niños en las escuelas) y la protección del medio ambiente, como en el propio libro se expone.   Sí tienen en cuenta a la sociedad (siguiendo el sesgo de la manada, las normas sociales).
3. Dan la idea de que los humanos son seres irracionales debido a sus sesgos cognitivos. Niegan la idea del homo economicus, pero sin decir que el ser humano es irracional. Sólo somos humanos, es decir, falibles y podemos prever nuestros errores sistemáticos. Véase, por ejemplo, Sunstein, «El ascenso de la economía del comportamiento: Misbehaving, de Richard Thaler», Revista de Economía Institucional, vol. 21, núm. 41, Segundo semestre/2019, p. 10.
4. Los sesgos son múltiples e indefinidos: hay un sesgo que, en última instancia, ve los sesgos en todas partes. Véase: Bergeron, H. et. al., Le biais comportementaliste, SciencesPo-Les Presses, 2018. Pero los sesgos se identifican mediante experimentos y así se van conociendo.
5. Los sesgos no son universales y dependen de la clase social. Pero como humanos, compartimos el sistema 1 y 2 de pensamiento, si bien el propio Sunstein en su artículo antes citado, «El ascenso de…» p. 15, dice que es un punto razonable.
6. La crisis de replicación (o crisis de replicabilidad): se refiere a una crisis metodológica en las ciencias conductuales, especialmente en la psicología. Investigadores han encontrado que los resultados de muchos de los experimentos científicos son difíciles o imposibles de replicar en investigaciones posteriores por investigadores independientes o por los investigadores originales de estos estudios. Se ha hecho eco la prensa: Revolución senior al diván: la crisis de mediana edad de la economía del comportamiento – LA NACION. Se vincula con uno de los defectos fundamentales de la investigación científica del comportamiento basada en el laboratorio. Coloca a los seres humanos en contextos extraños y asume que su comportamiento en un entorno no natural se generalizará a entornos naturales complejos. Así se expone en el blog de Jason Hreha, por ejemplo: The death of behavioral economics – Jason Hreha (thebehavioralscientist.com). Éste no es sólo un problema de la psicología o la economía conductual. Además, parece haber conciencia sobre estos problemas, y distintos centros de estudio están proponiendo una agenda futura con más rigor estadístico, menos eje en lo anecdótico y mayor foco en grandes problemas.

En todo caso, la vitalidad de las aportaciones conductuales sigue presente y su uso en la práctica es amplia, con más de 200 unidades nudge creadas en todo el mundo y documentos y recomendaciones para su uso de la ONU, la OCDE, la UE, el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y otras instituciones internacionales y nacionales.

Está por ver si las críticas expuestas tienen que ver con una especie de crisis de la mediana edad de esta corriente intelectual nacida alrededor del fin de los años 70 del pasado siglode la que las aportaciones conductuales saldrán reforzadas. Desde luego, la revolución digital en marcha está demostrando como las mismas están siendo utilizadas por el sector privado de forma importante, mediante el uso de la inteligencia artificial y los acicates de precisión o hypernudges, no siempre con efectos positivos para los consumidores, y, por tanto el servicio a los intereses generales que deben desarrollar las Administraciones, en defensa de los derechos de los ciudadanos y para desplegar una buena administración de calidad, deberá tenerlas en cuenta y emplearlas a su vez, como argumentamos en este mismo blog previamente.

En este sentido, el de reforzamiento del valor y utilidad de las aportaciones conductuales y los acicates, con argumentos claros y basados en evidencias empíricas, el libro que comentamos, y cuya lectura recomendamos, esperando poder contar en breve con una traducción española del mismo, supone una muy interesante aportación en esa línea.

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