Otra mirada sobre la globalización

Otra mirada sobre la globalización

Joan Prats
Este texto fue publicado en el año 2004, en la primera etapa de la revista Gobernanza.

Hay diversas miradas posibles sobre la globalización. Podemos mirar mercados en expansión, empresas transnacionales, innovación tecnológica, competitividad creciente, amenazas a la seguridad. Desde esta mirada, los mercados y la seguridad son las prioridades de la agenda política.

Pero tras ya unos cuantos años de globalización, la decencia obliga a considerar el impacto que está teniendo sobre la gente. ¿Qué vemos cuando miramos a la globalización desde la gente? Esta tarea es la que se ha impuesto una Comisión creada por la Organización Mundial del Trabajo, compuesta por líderes empresariales, políticos, intelectuales de muchos países del mundo y copresidida por los presidentes de Finlandia y Tanzania.

Durante dos años la Comisión ha realizado consultas en veinte países del mundo. El caleidoscopio de voces emitidas tiene algunos anclajes comunes: inseguridad e inquietud por el empleo, por la suerte de instituciones tradicionales como la familia y la escuela, por el incremento de las desigualdades de ingresos y de poder, por la pérdida de eficacia de los Estados, por la persistencia de la economía informal, por la extensión de la economía ilegal. Como decía alguien de Costa Rica: «Sentimos crecientemente que vivimos en un mundo muy vulnerable a cambios que no podemos controlar». A la gente no le falta razón. Muchos datos avalan sus voces:

–  Desde 1990, contra todas las predicciones, el PIB ha crecido más despacio que en las décadas anteriores.

– El crecimiento del PIB per cápita se ha producido muy desigualmente. Entre 1985 Y 2000 sólo 23 países en desarrollo han crecido a más del 3 % anual, 22 han crecido a menos del 2 % y 23 han tenido crecimiento negativo.

– La brecha entre países ricos y pobres se ha ampliado. Entre 1960 y 1962 era US$ 212 versus US$I1.417. Entre 2000-2002 ha sido de US$ 267 versus US$ 32.339.

– Los 22 países desarrollados, que representan el 14% de la población mundial, concentran la mitad del comercio internacional y más de la mitad de la inversión extranjera directa.

– El desempleo continúa creciendo a nivel mundial. En 2003 alcanzaba la cifra de más de 185 millones de personas que representan el 6,2% de la fuerza de trabajo total. Golpea especialmente a los jóvenes: 88,2 millones entre 15 y 24 años, el 14,4% de su edad.

– La economía informal sigue expandiéndose en los países más pobres. El número de personas que viven con un dólar o menos diario se ha mantenido en 550 millones.

– Las inversiones extranjeras directas se han incrementado sensiblemente desde 1980 hacia los países en desarrollo, pero se hallan fuertemente concentradas en sólo diez de ellos.

– Los flujos de ayuda al desarrollo han disminuido y hoy sólo representan el 0,23% promedio. El objetivo del 0,7% supondría un incremento aproximado de US$ 100.000 millones anuales. Si durante los últimos treinta años los países desarrollados hubieran cumplido con este compromiso, US$ 2,5 trillones se habrían transferido para el desarrollo. Un Plan Marshall de alcance mundial hubiera sido planteable.

– Los Objetivos del Milenio están en peligro para la mayoría de países. Aun cumpliéndose íntegramente los compromisos de Monterrey, sólo se alcanzan los dos tercios de los recursos necesarios.

A pesar de todo, la gente consultada no rechaza la globalización. Reconoce sus potencialidades y muy pocos se plantean revertir el proceso. En general, la gente reconoce que la globalización está produciendo, por primera vez en la historia, el surgimiento de una conciencia y compromiso reales por bienes y valores universales. Está a favor del intercambio más libre de bienes, ideas, conocimientos, servicios y personas. Pero en base a reglas más justas, definidas más democráticamente y garantizadas por mecanismos multilaterales más efectivos. La gente quiere que se respete su dignidad y su identidad cultural. Valora la globalización en función de las oportunidades que le aporta para llevar una vida digna de ser vivida.

La Comisión concluye que esto no será posible si no se revierte la dirección que la globalización ha tomado, si no se superan los desequilibrios que está creando entre la economía, la sociedad y la institucionalidad democrática, desequilibrios que se juzgan «éticamente inaceptables y políticamente insostenibles».

Para redireccionar la globalización, el Informe aporta numerosas sugerencias dignas de estudio. Todas se orientan hacia la construcción de una nueva gobemanza global que supere el déficit democrático que hoy registran todas las instancias en  que se negocian y deciden las regulaciones globales. Esto es imposible sin alterar el equilibrio de países y actores que hoy direcciona la globalización a favor de los más poderosos. Como señalan los co-presidentes: «Es nuestra responsabilidad corregir el rumbo para hacer un mundo más seguro, justo, ético, inclusivo y próspero para la mayoría y no sólo para una minoría en y entre los países. También es nuestra responsabilidad prevaricar, ignorar las señales de alerta y dejar que el mundo se siga deslizando por espirales de turbulencia política, conflictos y guerras».

La nueva gobernanza global no es una esfera inalcanzable y abstracta. Es la cúspide de una red de gobernanza que va ascendiendo desde la esfera local. No habrá cambio en la gobernanza global sin cambios importantes en la gobernanza local y nacional. Profundizar la democracia a nivel local, promover conciencias y derechos cívicos que incorporen la solidaridad internacional, conectarse en red con movimientos y actores globales, asumir las consecuencias transfronterizas de las políticas, comprometerse con el multilateralismo, con la sostenibilidad, universalizar los derechos humanos y el imperio de la ley, defender los mercados pero poniéndolos al servicio de la gente, dar prioridad al empleo, fortalecer las capacidades políticas y de gestión de los gobernantes …

Por ahí va, sin duda, la agenda de los nuevos príncipes republicanos, quienes a diferencia de los tiempos de Maquiavelo, hoy no pueden ser sino «glocales». Este es el camino si, como remarcaba Oscar Wilde, queremos ser una fuerza y no ese guiñapo diverso de aflicciones siempre quejándonos de que el mundo no se dedica bastante a hacernos felices.

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