La mercadotecnia al poder

La mercadotecnia al poder

Manuel Calbet
Economista

Los partidos políticos parecen haber limitado sus objetivos a la consecución del poder.
¿Hay algún político que niegue la importancia de estar en el poder? El poder significa la capacidad de llevar a cabo las políticas que conforman la manera de funcionar de un país económica y socialmente. En una democracia, significa además tener el apoyo mayoritario de los votantes. A partir de este punto pueden plantearse dos cuestiones:
– ¿Cómo se actúa para alcanzar el poder?
– ¿Puede realizarse una acción política valiosa sin detentar el poder?
En las dictaduras el poder se mantiene por la fuerza, siendo por lo tanto imprescindible el apoyo del ejército. Los dictadores se justifican por su carácter mesiánico, actuando en realidad como agentes garantes de los intereses de las clases privilegiadas.
En las democracias la captación del voto se ha convertido en el objetivo prioritario de los partidos políticos, y no nos extrañan metáforas como los caladeros de votos. Los políticos echan las redes para pescar votantes, como podrían cazarlos con trampas o extraerlos en instalaciones mineras. El comité ideológico de los partidos es sustituido por el equipo de marketing político. El objetivo del marketing en general es crear un producto que desee el consumidor y ponerlo en condiciones de que lo adquiera. El desarrollo del marketing ha sido muy importante en economía. En lugar de poner a la venta lo que le interesaba a la fábrica, se han estudiado las necesidades de los consumidores, se ha aumentado la productividad, y se ha puesto el producto a su alcance. Con el marketing se han creado potentes herramientas que han influido positivamente en el desarrollo económico. Pero las herramientas son frecuentemente de doble uso, y un martillo puede utilizarse para remachar un clavo o para romper algo valioso. No es lo mismo estudiar las necesidades de las personas que crear necesidades en las personas. La publicidad engañosa o subliminal, la obsolescencia programada, han sido productos del marketing, y no son para sentir un especial orgullo.
Cuando en un partido político el comité de marketing se impone al ideológico es muy posible que las propuestas y actuaciones no dependan de la ideología sino del cálculo electoral. El planteamiento es ¿cuántos votos supone esta propuesta, este eslogan? En época electoral se multiplican las promesas de beneficios económicos a grupos sociales con cargo al presupuesto, sin que nadie se moleste en explicar cómo se financia, si es a costa de recortar otro gasto, incrementar el déficit o aumentar impuestos. Y, añadido a las promesas electorales, el partido en el poder puede favorecer a determinados colectivos para ganar su voto. Siempre pueden alegar que es de justicia mejorar las condiciones económicas a viudas, estudiantes, jubilados, autónomos, personas dependientes… etc., cuando en realidad no están pensando en la justicia sino en la captura del voto. El gobierno ha de manejar unos recursos limitados que afectan a todos, y lo que se dedica a un fin es en detrimento de otro. Pero eso nunca se explica.
En consecuencia han reaparecido en sociedades democráticas avanzadas fenómenos que creíamos superados. Como el populismo, tan fácil de ponerlo en marcha con un buen aparato de propaganda. Se necesitan pocos elementos: la identificación de un “perturbador” al que pronto se convierte en enemigo, la creación de unos eslóganes sencillos repetidos hasta la saciedad, , crear la sensación de que hay mucha gente que comparte estas opiniones, formando parte por tanto del auténtico “pueblo sano”, y, sobre todo, convencer de que este pueblo sano es víctima del perturbador.
No nos podemos olvidar de Internet. Cuando hace unos años podíamos pensar que iba a ser importante en el desarrollo de la democracia, vemos con desencanto cómo ha sido colonizado por las cloacas del poder y grupos organizados para condicionar la voluntad de las personas.
Aparece también el clientelismo. Solo la administración pública emplea a un porcentaje importante de trabajadores que pueden temer (o se les puede hacer temer) que la entrada en el gobierno de un partido político rival suponga cambios indeseables en su estatus. Y el manejo de los fondos públicos puede orientarse a favorecer determinados intereses que se traduzcan en votos.
Así llegamos a un sistema político muy especial, que parece caracterizar nuestra época. Tiene indudables elementos democráticos, e incluso puede obtener buenos resultados si se hace medición de su calidad democrática, ya que está basado en elecciones democráticas, existe separación de poderes, hay transparencia, rendición de cuentas, libertad de asociación y expresión… Pero queda un regusto amargo, la sensación de que hay mucha pantomima, de teatro de marionetas manejadas detrás del escenario. ¿Cuánta calidad democrática tienen unas elecciones formalmente impecables, pero que en lugar de contrastar ideas y programas se condiciona el voto con campañas de publicidad engañosas? ¿Para qué sirve la libertad de expresión si la censura es sustituida por la contaminación informativa? ¿Puede ser democrática una sociedad en la que los partidos políticos son autoritarios?
Ahora que todos los países del mundo se declaran demócratas ya no sirve la palabra democracia para calificar a un régimen. ¿Cómo podemos calificar la situación que se ha descrito? ¿Democracia mercadotécnica?
La segunda cuestión que planteamos es sobre el valor de la oposición. Hay una tendencia a olvidar su papel de vigilancia del proceso democrático. En lugar de eso, dedica todo su esfuerzo a erosionar al partido en el poder para sustituirle lo antes posible. Los partidos políticos hablan mucho más de los enormes defectos del adversario que de sus propias propuestas, sin darse cuenta del desprestigio en que todos caen. En democracia la oposición tiene una importante misión que cumplir, y no debe tener como único objetivo llegar al poder.

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