Indigenismo e integración latinoamericana

Autor: F. Xavier Ruiz Collantes

El gobierno Boliviano, fiel a su proyecto de Estado Plurinacional, pretende dar prioridad a la constitución y desarrollo de las autonomías de los pueblos indígenas. Estas autonomías se basan en un sustrato ideológico de nacionalismo indigenista que, de hecho, vertebra la nueva Constitución Política del Estado. Es evidente que el desarrollo de las autonomías de los pueblos originarios supone enormes riesgos, pero, a la vez y con toda seguridad, en los procesos de integración de los países suramericanos, implica nuevas oportunidades que deberían ser exploradas.

Nacionalismos postmodernos

A muy grandes rasgos se podría establecer que en los últimos siglos ha habido tres modalidades de nacionalismos que se han correspondido con diferentes procesos históricos. En primer lugar están los nacionalismos que podrían denominarse modernos, éstos corresponden a los nacionalismos de tipo originario que se producen en Europa y en América durante finales del siglo XVIII, a lo largo del XIX y que se extienden también en diferentes oleadas por Europa durante gran parte del XX, estos nacionalismos han dado lugar a la mayoría de los Estados-nación actuales en estos continentes. Se trata de nacionalismos de matriz europea y no sólo en Europa, este hecho es indudable en la América anglosajona y también en la América latina puesto que aquí dichos nacionalismos tuvieron una clara dominante criolla y se desarrollaron finalmente a partir de las delimitaciones territoriales definidas por los imperios ibéricos. En segundo lugar consideraremos los nacionalismos que podrían denominarse tardomodernos, éstos son los nacionalismos desarrollados, durante una buena parte de las décadas centrales del siglo XX, en las colonias de los grandes imperios europeos, especialmente en África y Asia, y que dieron lugar a gran parte de los actuales Estados de esos continentes surgidos, tras el desmembramiento de los imperios europeos, después de la Segunda Guerra Mundial. Se trataba de nacionalismos hegemonizados por élites africanas o asiáticas claramente occidentalizadas, con proyectos modernizadores y que construyeron sus Estados sobre la base de las fronteras trazadas por las potencias europeas. Algunos de los procesos desarrollados por estos nacionalismos han dado lugar, especialmente en África, a lo que hoy se denominan “Estados fallidos”, aunque quizás habría que reflexionar sobre si, en muchos casos, de lo que se trata realmente es de Estados fallidos o de naciones fallidas. Por último, actualmente, en los inicios del siglo XXI, comienzan a germinar, especialmente en América Latina y con centro neurálgico en Bolivia, nacionalismos indigenistas a los que podríamos denominar postmodernos. Son nacionalismos liderados por las élites políticas e intelectuales de los pueblos originarios y que, contrariamente a los anteriores, parten de una posición crítica respecto a la modernidad occidental.

Indigenismo y futuros escenarios internacionales

Los nacionalismos indigenistas, son por tanto, nacionalismos de un nuevo tipo y con características muy específicas. En todo caso hay algunas circunstancias que es necesario reseñar. En primer lugar, si los otros nacionalismos vivieron su auge en periodos de desmembramiento de imperios, fueran el español, el austrohungaro, el británico, el francés o el ruso-soviético, los nuevos nacionalismos indigenistas se desarrollan en una época en la que se producen procesos concertados y libremente aceptados de agregación de países para conformar bloques que pretenden constituirse en actores relevantes de los nuevos escenarios internacionales. Esta dinámica, es todavía embrionaria en Suramérica pero de imperiosa necesidad si los países suramericanos pretenden adquirir alguna visibilidad y algún protagonismo en el futuro que a todos nos espera en un corto plazo. El desarrollo de los nuevos nacionalismos indigenistas coincide en el tiempo con procesos de largo alcance y de alta trascendencia en la América del Sur cuya tendencia es la coordinación e integración económica y política regional y, aún más allá, continental. En segundo lugar, los nuevos nacionalismos indigenistas, sea cual sea su centro de origen, poseen un carácter transestatal. En la mayoría de los casos los pueblos originarios desparraman sus poblaciones en territorios de diversos Estados. A pesar de que estos nacionalismos establezcan, en estos momentos, un compromiso con las fronteras estatales existentes, su carácter programáticamente transestatal será, por pura lógica y con toda seguridad, cada vez más acentuado.

El panorama que hemos señalado parece plantear una situación futura compleja en la que se cruzan fuerzas contradictorias de agregación y de disgregación y en la que, muy previsiblemente, se producirán tensiones importantes. Sin embargo, en ocasiones, las contradicciones son aparentes o, mejor aún, resultan ser el germen de insospechadas oportunidades para hacer avanzar e, incluso, para desencallar procesos históricos relevantes. Realicemos análisis prospectivos sobre escenarios de futuro.

Las dinámicas de integración suramericana, si se desarrollan, requerirán de una flexibilización de sus diferentes Estados, ello significará una redistribución de los niveles de soberanía, tanto hacia abajo, hacia entidades departamentales y municipales, – en algunos de estos Estados esto ya se da aunque en diferentes grados- como hacia arriba, hacia entidades supraestatales. Pero, a la vez, los procesos de integración podrían comportar que diferentes países compartiesen grados de soberanía sobre entidades comunes de carácter transestatal. Muchos de los pueblos originarios abarcan territorios de varios Estados, este es el caso de pueblos como el aimara, el quechua, el mapuche-tehuelche o el guaraní. El nacionalismo indigenista transestatal que estos pueblos, sin duda, van a desarrollar, debería tener una plasmación política reconocida en algunas entidades autónomas también de carácter transestatal. Se trataría de entidades cuya extensión cruzaría y sobrepasaría las actuales fronteras estatales, aunque sin eliminarlas y respetándolas a otros efectos, con grados diversos de autonomía, con participación conjunta, pactada y armonizada de las naciones indígenas y de los Estados implicados y bajo la cobertura institucional de alguna organización supraestatal creada y desarrollada para la coordinación, cooperación y final integración de los países suramericanos.

Integración suramericana e implicación popular

Las dinámicas de cooperación e integración de países suramericanos, cuyos casos más esperanzadores, autónomos y de mayor calado, aunque de diferente naturaleza, son actualmente Unasur y Mercosur, a pesar de las dificultades para su consolidación, parecen tener en la Unión Europea un referente importante; sin embargo, más allá de una visión acrítica del proceso de integración europea, los latinoamericanos deberían tomar en cuenta los aciertos, pero también los errores. Hoy la Unión Europea se encuentra en una situación de estancamiento, con una baja implicación de los ciudadanos en el proyecto y con mecanismos de integración claramente oxidados. Muchas pueden ser las causas, pero quiero apuntar aquí dos fundamentales: la existencia de un déficit democrático en los procesos de toma de decisiones políticas y, sobre todo, el hecho de que la Unión se está construyendo, exclusivamente, a partir de los aparatos de Estado existentes. De hecho la actual Unión Europea está siendo configurada como la Europa de los Estados, y no como la Europa de las naciones, de los pueblos y, sobre todo, de los ciudadanos.

Suramérica debería huir de estos errores. Las propuestas “naciones indígenas autónomas transestatales” tendrían características que podrían contribuir a reducir las posibilidades de reproducir los errores europeos comentados. En primer lugar obligarían a crear mecanismos de cooperación entre diferentes Estados para satisfacer las necesidades y aspiraciones políticas, económicas y culturales de los pueblos que dichos Estados comparten. En segundo lugar, se establecerían diferentes niveles escalonados y complementarios de identidades nacionales lo cual posibilitaría pensar no sólo en una Suramérica de los Estados-nación, sino también en una Suramérica de los pueblos-nación. En tercer lugar, grandes sectores de las poblaciones indígenas se implicarían de forma ilusionada en los procesos de integración regionales y continentales. En cuarto lugar, se evitarían en el futuro las posibles dramáticas situaciones de poblaciones con autoconciencia nacional pero divididas entre varios Estados, situaciones que en ocasiones generan violentos conflictos de difícil salida, como es el caso, por ejemplo y entre otros muchos, del pueblo Kurdo en Oriente Medio. En quinto lugar, se potenciaría una cultura de permeabilidad en la identificación entre los diferentes pueblos latinoamericanos más allá de las actuales fronteras estatales. En sexto lugar, se dotaría a los nacionalismos indigenistas de un rol claro en un proyecto democrático de futuro que, por un lado, les posibilitaría una salida respecto a la trampa de una visión regresiva basada en la mitificación de un pasado premoderno y, por otro, podría servir para alejar de su desarrollo las indeseadas, por todos, desviaciones autoritarias.

Algunos de los factores apuntados, y muchos más, son necesarios si la imprescindible unidad suramericana, que convierta al subcontinente en un actor relevante en el nuevo orden internacional, no se quiere ver avocada a ser un mero cascarón formal vacío en su interior y, por tanto, endeble y bloqueado por falta de nervio popular.

Tomaremos de nuevo a la Unión Europea como referencia, aunque no como modelo. En Europa existen las llamadas euroregiones. Una euroregión es una forma de estructura para la cooperación transfronteriza entre dos o más Estados europeos, las euroregiones no tienen poder político pero permiten una gobernanza cooperativa para buscar el mayor desarrollo y bienestar de las poblaciones transfronterizas. Como se ha comentado, la referencia realizada a las euroregiones no tiene por objetivo plantear su mera copia en Suramérica, entre otras cosas porque las naciones indígenas transestatales podrían poseer algún grado de autonomía política, pero dicha referencia sí sirve para mostrar que las entidades transfronterizas y transestatales poseen existencia y viabilidad en los procesos de integración regional y continental.

Un liderazgo para Bolivia

Con toda seguridad, numerosos juristas y políticos verán las propuestas aquí realizadas como altamente complejas o, aún peor, del todo impracticables o peligrosas, pero en los desarrollos históricos de calado, finalmente, los factores decisivos no vienen determinados por los problemas técnico-jurídicos o por las precauciones temerosas respecto a algún tipo de modificación en el orden establecido, sino que dependen, fundamentalmente, de las voluntades políticas positivas y de la imaginación y la determinación para plantear democráticamente proyectos ilusionantes y soluciones nuevas a los viejos problemas y a las necesidades emergentes.

En la Declaración de las Naciones Unidas, sobre los derechos de los pueblos indígenas, en su artículo 36 señala: “Los pueblos indígenas, en particular los que están divididos por fronteras internacionales, tienen derecho a desarrollar los contactos, las relaciones y la cooperación incluidas las actividades de carácter espiritual, cultural, político, económico y social, con sus propios miembros así como con otros pueblos a través de las fronteras” y más adelante, este mismo artículo señala: “Los Estados, en consulta y cooperación con los pueblos indígenas, adoptarán medidas eficaces para facilitar el ejercicio y la aplicación de este derecho”.

La idea de las Naciones Indígenas Transestatales, NIT, tiene por objeto concretar y desarrollar consecuentemente los derechos que las Naciones Unidas reconocen a los pueblos indígenas en un momento histórico en que los nacionalismos indigenistas son un fenómeno emergente y que coincide con procesos de integración subcontinental en Suramérica.

Sin embargo, siendo hoy Bolivia el centro de los movimientos indigenistas, su actual Constitución del Estado promovida, fundamentalmente, por el Movimiento Al Socialismo, MAS, partido de gobierno que se identifica claramente con el indigenismo, no alude de forma diáfana y comprometida a los derechos que las Naciones Unidas reconocen a los pueblos indígenas para mantener relaciones de todo tipo, incluso políticas, a través de las fronteras que los dividen entre diferentes Estados.

La actual Constitución del nuevo Estado Plurinacional Boliviano, en el título VIII, capítulo tercero, artículo 265, apartado II, dedica al tema que aquí se está tratando un breve párrafo que dice: “El Estado fortalecerá la integración de sus naciones y pueblos indígena originario campesinos con los pueblos indígenas del mundo” . Este breve redactado no hace justicia a la atención que el tema requiere ni a la relevancia que, con toda seguridad, adquirirá en un futuro no muy lejano, a causa, entre otros muchos factores, del desarrollo de las aspiraciones políticas de los pueblos indígenas, aspiraciones que el propio MAS fomenta y a las que, en buena medida, da cauce. De hecho, entre otras cosas, resulta demasiado genérica y, por tanto, elusiva, la apelación a la integración de las naciones indígenas que habitan Bolivia “con los pueblos indígenas del mundo”, cuando la cuestión más apremiante y de mayor relevancia es la integración de los aimaras, los quechuas y los guaranís bolivianos respecto a sus hermanos también aimaras, quechuas y guaranís que habitan más allá de las fronteras del Estado Boliviano. El tratamiento que hace la nueva Constitución de Bolivia del tema de las relaciones transestatales de los pueblos indígenas, parece señalar que el MAS, prioriza, en estos momentos, la consolidación de su poder en el Estado Boliviano, que es , de hecho, el aparato de poder realmente existente; pero el MAS y, sobre todo, sus élites políticas e intelectuales deben tener en cuenta que los nacionalismos indigenistas, en una dinámica histórica lógica e imparable, acabarán reclamando procesos de integración transestatales de las naciones separadas por fronteras producto de una descolonización liderada por las élites criollas.

De hecho, en el escenario de futuro que aquí se ha estado dibujando, Bolivia puede tener un papel fundamental y asumir el liderazgo, porque es el corazón del subcontinente, porque posee un alto porcentaje de población indígena, porque tiene fronteras con una gran cantidad de países con los que comparte poblaciones de diferentes pueblos originarios, porque es el centro neurálgico de los nuevos nacionalismos indigenistas y, finalmente, porque a Bolivia le interesa enormemente una integración suramericana que permita potenciar su propio desarrollo. Bolivia no es, evidentemente, una potencia económica regional, pero posee un alto nivel de capital político-cultural y una gran capacidad de movilización e implicación popular en los proyectos históricos. Bolivia podría liderar en el futuro, con imaginación y voluntad, ciertos aspectos importantes en los procesos de integración de los países suramericanos. ¿Por qué no?

Sería realmente alentador y gratificante que los pueblos originarios de América Latina se acabaran constituyendo en un motor fundamental de la necesaria integración de sus países, que se convirtieran en la argamasa que permita que las diferentes piezas de construcción encajen y se adhieran entre sí para edificar una casa común más confortable, más querida y con mayor peso específico en el futuro global que nos espera. Dotar a los pueblos indígenas de un protagonismo relevante en los procesos de integración suramericana tendría, además, un carácter compensatorio de justicia histórica.

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