Construcción de identidades colectivas y constitución boliviana

Autor: F. Xavier Ruiz Collantes
Realidad y discurso en la construcción de identidades
El texto constitucional de un Estado es el lugar privilegiado para concretar, consolidar y legitimar algunas de las identidades colectivas que conviven en un país. En la actual constitución boliviana se presenta una clasificación específica de las identidades colectivas que existen en Bolivia. Detrás de dicha clasificación, como detrás de cualquier otra clasificación que se propusiera como alternativa, existe una perspectiva ideológica y cultural que adapta la realidad a partir de sus presupuestos previos, y que, una vez adaptada, la instituye y difunde como si de la misma realidad objetiva se tratara. Las preguntas que deben plantearse versan sobre el contenido y naturaleza de esos presupuestos previos, presupuestos que son implícitos pero que suponen el eje vertebrador del discurso constitucional sobre las identidades existentes en el país. Pero antes de abordar estas cuestiones es necesario realizar algunas consideraciones sobre la construcción de las identidades colectivas.
En la actual constitución de Bolivia, en el artículo tercero del capítulo primero, se instaura una categorización de las identidades colectivas fundamentales que configuran Bolivia. Este artículo dice así: “la nación boliviana está conformada por la totalidad de los bolivianos y las bolivianas, las naciones y pueblos indígena originario campesinos, y las comunidades interculturales y afrobolivianas que en conjunto constituyen el pueblo boliviano”.
La construcción de las identidades colectivas implica la concreción de grupos sociales diferenciados y caracterizados por alguna singularidad y se desarrolla como un proceso en el que intervienen factores históricos complejos. Pero la definición de sujetos colectivos no es un simple reflejo de la realidad objetiva de las cosas, sino también de la construcción y circulación de diversos tipos de discursos en los cuales se señala, caracteriza y argumenta la existencia e importancia de dichos sujetos colectivos, discursos políticos, históricos, culturales, antropológicos, narrativos de ficción, jurídicos, económicos, etc., que se apoyan, se complementan, se contradicen, polemizan entre ellos y que circulan a través de circuitos y canales como la prensa, los medios audiovisusales, el sistema judicial y la legislación del Estado, los censos y encuestas, las tertulias familiares, las escuelas y universidades, las fiestas, celebraciones y efemérides, las manifestaciones reivindicativas en la calle, etc. y, así, estos discursos adquieren mayor o menor preeminencia entre los diferentes sectores de la población dependiendo de si conectan, o no, con sus problemas, sus deseos y sus aspiraciones.
Los discursos sociales no pueden dar cuenta de la realidad tal como es, sino que contribuyen a construirla. La objetividad de los discursos sociales y el hecho de que sean un reflejo de un mundo externo a ellos mismos no es más que una ilusión producto de la amplia hegemonía de algunos de dichos discursos en el ámbito social y cultural. La existencia de una identidad colectiva reconocida socialmente no es un hecho objetivo ni tampoco subjetivo, es un hecho intersubjetivo, la subjetividad ampliamente compartida, la intersubjetividad social, produce la ilusión de que representa fielmente la realidad . A través de los discursos sociales se construyen y circulan las formas culturales de comprender y, por lo tanto, de vivir el mundo que nos envuelve, el mundo de la vida y, en consecuencia, de entender y vivir las diversas identidades colectivas, las nuestras y las de los otros. El llamado “giro lingüístico” de las ciencias sociales en el siglo XX se fundamenta en este tipo de consideraciones en torno a la relación entre discursos y realidad social.
Clasificar y agrupar individuos
La construcción de cualquier identidad colectiva es producto de dos operaciones culturales y discursivas fundamentales: una operación de categorización y otra de narrativización. Mediante la categorización se definen los diferentes sujetos colectivos, se clasifican, se diferencian unos de otros para que puedan ser reconocibles; mediante la narrativización a estos sujetos colectivos se les inscribe en un relato que les proporciona dimensión histórica y, por lo tanto, legitimidad para ser reconocidos y tomados en consideración como una realidad social relevante.
Mediante la categorización se clasifican a los indivíduos en diversos tipos en función de alguna clase de criterios: edad, género, etnia, cultura, papel que desempeñan en los procesos de producción, lengua, nivel de renta, lugar de nacimiento, religión, rasgos físicos, roles familiares, etc. Todos los criterios son legítimos para definir, en un nivel abstracto, tipos diferentes de individuos y, así, agruparlos para acabar generando identidades colectivas, para construir colectivos cuyos miembros se reconozcan como tales y sean reconocibles por los demás. Por lo tanto, la construcción de identidades supone un proceso mediante el cual se establece una selección de algún o algunos criterios de clasificación que se definen e imponen, a través de discursos socialmente hegemónicos, como los más relevantes, como la forma más natural y auténtica de segmentar la sociedad y comprender los tipos de individuos que la componen y los grupos que éstos conforman.
En el artículo citado de la constitución boliviana se hace referencia a todos los bolivianos y bolivianas y a continuación se les agrupa en colectivos, – naciones, pueblos, comunidades – a partir de determinados criterios de clasificación, esencialmente étnico-culturales. El uso predominante de cualquier criterio de clasificación posee, fundamentalmente, naturaleza histórica y cultural y, aunque parezca pretender reflejar la realidad, su función esencial es instaurar, conservar o transformar ciertos tipos de estructuras y relaciones sociales, estableciendo sistemas de semejanzas, equivalencias, diferencias y oposiciones entre las personas.
Cualquier discurso que pretenda definir los ejes que segmentan, de manera esencial, una sociedad concreta o la humanidad entera en diferentes tipos de sujetos colectivos, posee una matriz ideológica y cultural y, por tanto, no puede ser legitimada como objetiva o natural, sino sólo como funcional respecto a determinadas metas históricas. Así, por ejemplo, desde el marxismo ortodoxo el criterio fundamental para construir identidades colectivas pasa por el lugar que ocupan los individuos en los procesos de producción; algunos movimientos integristas islámicos utilizan criterios religiosos y ven a todos los creyentes unidos en una única comunidad, la umma, desde Indonesia hasta el África subsahariana, comunidad claramente diferenciada respecto al universo de los infieles; muchas corrientes feministas consideran que las sociedades están cruzadas por una línea divisoria básica, anterior y prioritaria respecto a todas las demás, relacionada con el género de las personas; diferentes tipos de nacionalismos establecen sus clasificaciones de individuos, más allá de las fronteras estatales y de los estratos sociales, en términos de etnia, de lengua, de orígenes legendarios, etc ; y así podríamos seguir con una innumerable cantidad de casos.
Identidades y discursos del poder
Lo fundamental ante cualquier forma de clasificación y, por tanto, ante cualquier listado que pretenda dar cuenta de las identidades colectivas que conforman una sociedad, no es sólo atender a las características de dichas identidades, sino, sobre todo, comprender desde qué tipo de lógica cultural, ideológica y vital se definen, se instauran y adquieren la apariencia de ser un reflejo más o menos fiel de la realidad
Debe tenerse en cuenta que, en última instancia, la segmentación de la sociedad para la conformación de identidades colectivas está regida socialmente por criterios de poder, criterios de dominación, subordinación, insumisión y liberación. La definición de las identidades colectivas es, en fin, una cuestión ineludiblemente política en el más amplio sentido del término, una cuestión que afecta a las relaciones de poder en los diferentes ámbitos de la vida pública y privada. Las identidades sociales no son autónomas respecto a los discursos del poder porque son las estrategias de dominación y liberación las que tienden a construir identidades colectivas socialmente relevantes.
Y aquí, a partir de lo expuesto, pueden plantearse las cuestiones que anteriormente se apuntaron como relevantes : ¿Desde qué lógica implícita se ha establecido la categorización de identidades colectivas que aparece en la constitución boliviana? ¿Qué tipo de universo cultural e ideológico es origen y sustento de dicha categorización y la asimila e integra como reflejo, incontestable, del mundo que pretende describir? Estas cuestiones son significativas pues sus respuestas podrían dar cuenta de cuál es el tipo de mentalidad cultural que hegemoniza el pensamiento del poder actualmente en Bolivia.
Una paradoja constitucional
Concebir la Constitución de un Estado-nación moderno desde la perspectiva de un nacionalismo indigenista, como ha ocurrido en Bolivia, sólo puede dar como resultado un texto constitucional fuertemente caracterizado por el mestizaje cultural y por el sincretismo ideológico; pero paradójicamente, a pesar de su carácter mestizo, la Constitución boliviana excluye el reconocimiento de las identidades colectivas mestizas más relevantes del país.
En la actual Constitución boliviana se señalan los sujetos colectivos que conforman Bolivia y, por lo tanto, se instaura un discurso que categoriza, clasifica y regula las identidades colectivas que conviven entre la ciudadanía. En uno de los primeros artículos de la Constitución aparece una clasificación de las entidades colectivas: naciones y pueblos indígena originario campesinos, comunidades interculturales y afrobolivianas.
Toda clasificación presupone la existencia de un sujeto, individual o social, que la construye. Dado que el discurso propio de la clasificación señalada se enmarca en el texto constitucional de un Estado, la autoría se debe atribuir a un sujeto de carácter político que ostenta una posición de poder. Este sujeto político puede estar conformado por algún tipo de organización concreta más o menos estructurada y jerarquizada o puede entenderse, de una manera más abstracta, como la resultante compleja de una correlación de fuerzas específica y de procesos de consenso, conflicto, imposición, cooperación o negociación entre diferentes grupos políticos, sociales, económicos, culturales, etc.
A partir de un somero análisis del artículo constitucional mencionado podría vislumbrarse desde qué posiciones y presupuestos culturales e ideológicos el sujeto político, que establece el sistema de identidades colectivas, instaura, difunde y consolida la hegemonía social de su discurso.
Si se atiende a las categorías conceptuales que se utilizan en la clasificación citada, podrá concluirse que el discurso del poder se sitúa en un espacio de hibridación cultural y que, por tanto, el sujeto político que está detrás de dicho discurso es un sujeto culturalmente mestizo que, en última instancia, es portador de una ideología política sincrética sobre las identidades colectivas. La gran contradicción consiste en que dicho sujeto político no incluye, en la clasificación constitucional de identidades colectivas, ningún grupo en el que él mismo pudiera ser reconocido como parte integrante.
Jerarquización de las identidades
El discurso sobre las identidades, en la Constitución boliviana, establece un orden claramente jerárquico. Esta jerarquía está construida por dos parámetros implícitos: el primero es el de la relevancia y concreción de la categoría de los colectivos, y así aparecen, por este orden: naciones, pueblos y comunidades; el segundo parámetro es el de la homogeneidad y especificidad de las características étnico-culturales de los diferentes grupos, y, en este sentido, la jerarquía comienza por los grupos indígena originario campesinos y por debajo aparecen los grupos interculturales.
La relevancia jerárquica de las identidades colectivas étnica y culturalmente homogéneas hace que los grupos indígenas originario campesinos se sitúen en la cima de la clasificación y se les atribuya la categoría de naciones y pueblos. El mismo criterio hace que las identidades colectivas interculturales, por heterogéneas, sólo sean reconocidas como simples e imprecisas comunidades. Las sociedades interculturales se caracterizan por la interacción, equilibrada y respetuosa, que en su interior se da entre individuos pertenecientes a distintos grupos culturales. En este caso, la Constitución ni siquera específica qué culturas contribuyen a generar la interculturalidad a la que alude. En el último extremo de la heterogeneidad se situarían los colectivos étnica y culturalmente mestizos, aquellos en los que cada uno de sus miembros es la encarnación, en diferente grado, de las simbiosis entre diversas étnias y culturas. A excepción de la referencia a los afrobolivianos, los grupos mestizos son negados en la actual constitución boliviana. No se señala ningún tipo de identidad colectiva mestiza que sea fruto de la hibridación entre lo indígena y lo europeo y en la que sectores, más o menos amplios, de la ciudadanía boliviana se puedan reconocer.
Pero, paradojicamente, la cultura mestiza es la cultura del poder, pues éste, para establecer la clasificación constitucional de las identidades colectivas, utiliza categorías conceptuales y esquemas mentales producto de un tipo específico de transculturalidad.
Indigenismo y occidentalización
En el discurso constitucional sobre los colectivos que conforman Bolivia se hace una referencia privilegiada a las naciones indigena originario campesinas, esta referencia podría parecer producto de una mentalidad cultural puramente indígena dado el protagonismo que otorga a estos colectivos; sin embargo, la categorización que se hace de ellos es propia de la cultura occidental. El concepto de “nación”, por ejemplo, es un concepto de la cultura occidental, hoy hegemónica en todo el planeta, tanto que, en ocasiones, pasa inadvertida la especificidad propia de sus categorías conceptuales y de sus esquemas mentales de pensamiento. La “nación“, en su acepción política y cultural, es un concepto con un origen histórico y geográfico concreto, ligado a la eclosión de la Modernidad en Europa, a las revoluciones burguesas, a las luchas contra los absolutismos monárquicos, al nacimiento de los Estados-nación modernos, tanto en Europa como en América, y al desarrollo del capitalismo. El concepto de “nación“ aplicado a colectivos ajenos a la cultura occidental implica que dichos colectivos, y las identidades que de ellos se derivan, son percibidos y encuadrados desde una mentalidad empapada de occidentalidad.
Aunque parezca que la aplicación del concepto “nación” a los colectivos indígenas los prestigia y dota de protagonismo en el marco político de un Estado, lo que supone realmente es una operación mediante la cual éstos son definidos y pensados desde esquemas mentales ajenos a su propia cultura originaria. Y no se trata de una cuestión de simple traducción terminológica, sino de algo más profundo, se trata de la introducción de las categorías de pensamiento de la cultura globalmente hegemónica.
Cuando los primeros clérigos y conquistadores españoles llegaron a las islas hoy llamadas Filipinas y entraron en contacto con los pueblos nativos, quisieron clasificar a los individuos que habitaban aquellas islas y llegaron a la conclusión de que se dividían en hidalgos, pecheros y esclavos. Los españoles aplicaron las categorías de clasificación de su propio mundo dado que no podían pensar en otros términos, en los términos propios de la cultura de los nativos con los que se habían encontrado. Las categorías culturales que hay debajo de las palabras definen formas de comprender la realidad y, en consecuencia, determinan las formas de vivirla.
Incluso, el propio concepto de “indígena” es un concepto fruto de una manera muy específica que los occidentales tienen de mirar y clasificar a los “otros”. Los europeos no se consideran a sí mismos indígenas de Europa, ni tampoco consideran indígenas a las gentes nativas de otras partes del mundo, como chinos, persas, árabes o hindúes, que, desde los esquemas mentales occidentales, son vistos como gentes que poseen una cultura no minoritaria y significativamente desarrollada.
Es cierto que existen y han existido procesos históricos en los cuales las élites, intelectuales y políticas, de pueblos sometidos se han apropiado de categorías de pensamiento e ideologías de la cultura occidental, como por ejemplo el nacionalismo o el marxismo, para utilizarlas en la construcción de discursos legitimadores de sus procesos de descolonización, pero estos fenómenos reflejan ya una ineludible situación de profundo mestizaje cultural, de sincretismo intelectual, ideológico y político. Y ésta es la posición del actual sujeto del poder en Bolivia, país donde el indigenismo se ha orientado hacia un claro y consolidado fenómeno de nacionalismo indigenista.
Una diversidad también mestiza
La globalización está significando una homogeneización despiadada de culturas y formas de vida a partir de los modelos impuestos desde Occidente. En este contexto es imprescindible defender decididamente el principio de la diversidad, pero la diversidad no debe contemplarse como una simple yuxtaposición de etnias y culturas puras y originarias claramente delimitadas, sino como un entramado complejo y, a veces, difuso en el que, junto a los pueblos oríginarios de todos los continentes, han de ser reconocidos aquellos colectivos que son producto de diferentes tipos de mestizajes y procesos transculturales, colectivos que poseen también culturas propias, distintas, originales, emergentes, creativas y enriquecedoras, culturas que son el resultado de las mezclas e hibridaciones más diversas.
En Bolivia, el discurso mestizo del poder revela un sentimiento de pánico frente a las identidades colectivas mestizas fruto de la relación entre lo europeo y lo indígena, pánico que podría ser irracional o fruto de algún cálculo ideológico y político; pero, como el propio discurso del poder demuestra, ese mestizaje es inherente a la conceptualización del Estado y la nación bolivianos. Por ello los colectivos mestizos, y todos los que están en el origen del mestizaje, requieren de un reconocimiento social e institucional que ampare la existencia y el desarrollo de sus propias identidades colectivas. Los procesos de liberación necesitan que el poder, que se reclama liberador, lidere la construcción y difusión de esquemas de pensamiento, de modelos culturales y de marcos políticos que asuman realmente la complejidad, la diversidad y los matices de los diferentes colectivos identitarios.

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