OBAMA

Este movimiento tectónico tiene profundas raíces económicas. Se ha iniciado la liquidación por etapas del esquema neoliberal/neoconservador que ha dejado Estados Unidos al borde de la recesión y ha contaminado al mundo con todos los equilibrios macroeconómicos alterándose a la vez, con riesgo grave de incremento de la pobreza, las desigualdades, las vulnerabilidades y los conflictos. Estados Unidos nunca tuvieron menos autoridad y prestigio internacional ni vivieron quizás una polarización y crisis tan profunda como la que están registrando.
Paul Krugman, el nuevo premio Nobel de economía, ha sido el cronista anticipado de este cataclismo de alcance mundial. Hay tres libros suyos decisivos. En 1999 publicó El retorno de la economía de la depresión en el que abordaba los efectos de la primera crisis económica de la globalización neoliberal que comenzó en Tailandia en el verano de 1997. Ya advertía entonces que los rasgos de la economía de la depresión se habían instalado de forma innegable en la economía mundial, aunque sus efectos tardarían en producirse. En un segundo libro, El gran engaño. Ineficacia y deshonestidad: Estados Unidos ante el siglo XXI realiza una dura crítica de la primera legislatura de Bush y de las ideas y políticas de los neoconservadores con los que hace un ajuste de cuentas en toda regla en un tercer libro, Después de Bush. El fin de los neocons y la hora de los demócratas.
Pero no todo es economía (Krugman apoyó a Hillary). La fuerza tectónica en marcha seguía también la línea del color, aunque cambiando de sentido. ¿Por qué Obama ganó la candidatura a una politicaza de la talla de Clinton que partía como invencible? Los dos candidatos, una mujer y un negro, eran ya una anomalía, lo que indicaba que en esa elección no sólo se trataba de decidir lo que había de hacerse en las políticas prácticas sino la propia definición de los norteamericanos sobre sí mismos, y en ese campo los dos candidatos eran enteramente diferentes.
Hillary representaba a la generación de los babyboomers en cuya memoria se guarda la guerra de Vietnam, las luchas por los derechos civiles, el racismo del “iguales pero separados”, el tiempo en que ser mulato era casi una tragedia, un tiempo en fin que socialmente vino marcado más que por el feminismo por la tensión negro-blanco. Clinton es la heredera de la segunda mitad del siglo XX, de las reivindicaciones negras airadas y de la culpabilidad de los progresistas blancos, del asesinato de líderes liberales de ambos colores, del enfrentamiento civil entre norteamericanos que, a pesar de Vietnam, no dudaban que su país conducía un mundo que lo temía y admiraba.
Obama era el candidato del siglo XXI que responde a unas coordenadas enteramente diferentes. En primer lugar, porque la hegemonía norteamericana ya no es indiscutible pues los Estados Unidos por sí solos ya no pueden asegurar la gobernabilidad global y su aspiración no puede razonablemente ir más allá que liderar la transición a una gobernanza multipolar. Y, en segundo lugar, porque la cuestión negro-blanco, el racismo, la descolonización, el resarcimiento de los agravios sufridos y un largo etc. han dejado de estar en el primer plano.
Como ha señalado Mireia Sentís, autora de En el pico del Águila. Una introducción a la cultura afroamericana, la etnia que más crece en Estados Unidos ya no es la negra ni la blanca sino la brown, la marrón, la que antes no contaba, la que habla dos lenguas, la que es mayoritariamente católica, la que llega sin haber sido obligada y conforma una emergente clase media, los hispanos que han transformado la demografía, el cromatismo y las necesidades sociales. Obama, a pesar de estar clasificado como negro, ha compartido su mismos peregrinaje: su padre estudió voluntariamente en Estados Unidos y regresó después a su tierra; se ha criado entre distintas comunidades, religiones, lenguas y epidermis; y sabe que la asimilación a la cultura anglo no es deseada por la enorme diversidad de tantos norteamericanos de hoy que quieren desarrollar identidades complejas, interculturales.
La biografía de Obama no expresa ningún resentimiento contra la gran Nación norteamericana en cuya forja hay tanta exclusión y racismo contra las minorías y especialmente la negra. Antes al contrario, su éxito se debe a que ha retomado sobre bases nuevas el sueño americano. En el mundo actual es más verdad que nunca que la política hacia afuera comienza adentro de uno mismo. Por eso los políticos suelen ser víctimas de sus biografías, al menos en los países donde la indagación de la vida privada forma parte del aseguramiento de los intereses públicos (¿o es que entregaríamos la caja de la empresa a alguien de cuya vida y carácter no supiéramos nada?) Obama ha hecho que su biografía juegue a su favor para que su vida sea percibida como la cuidadosa construcción de una personalidad, como la encarnación de los valores y el sueño americano tan cuestionados en los últimos años.
En tiempos postideológicos la política va a exigir que la propia vida forme parte fundamental del mensaje. El político movilizador y transformador deberá contar con una potente biografía, expresada en un relato creíble, capaz de sintonizar con mayorías muy diversas que deben apoyarle. Deberá saber expresar sus ideas a través de historias concretas con rostros, nombres, apellidos y aliento vital. Deberá encarnar las ideas y comunicarlas de modo tal que lleguen al cerebro sintiente. Obama ha hecho todo esto magistralmente. Su primer libro, cuando se preparaba para la política fue Los sueños de mi padre, que constituye una trabajosa introspección para ponerse en paz consigo mismo y fortalecer su carácter y determinación desde la autenticidad. Fue un best seller. Su segundo libro, ya siendo Senador, La audacia de la esperanza, es una exposición de sus pensamientos políticos a partir de su experiencia vital y sus estudios. Obama es de origen humilde y se ha entregado siempre a la causa de los más débiles, pero no es ningún ignorante. Pertenece a una de las élites profesionales más prestigiosas, la Harvard Law School de cuya revista fue el primer director negro.
Obama parte de la convicción de que sin reformas de calado en la política, la economía, los servicios y la identidad de los norteamericanos será imposible recuperar la confianza y la cohesión perdidas y ganar la seguridad y la identidad que permita a los Estados Unidos ejercer el liderazgo de la transición a un mundo multipolar. Pero estos cambios son de tal magnitud que no pueden lograrse lanzando a una parte de los norteamericanos contra otra. El éxito de Obama se debe a que siempre, desde el inicio de su corta vida política, ha llamado a progresistas y conservadores, a blancos y negros, asiáticos, hispanos, judíos… a movilizarse por un proyecto nacional de todos, libre de “recuerdos inútiles y de viejas pasiones”, a recrear la nación americana, la de siempre, renovada, con todos, por todos y para todos, en la que todos pueden reconocerse y ser reconocidos. Lejos, pues, del proyecto asimilacionista del Estado-nación, lo “nacional” se presenta ahora desde el reconocimiento de la diversidad, complejidad y compatibilidad de identidades.
Esta forma de entender la identidad y lo nacional es necesaria para avanzar hacia una gobernanza global multipolar. A la ciudadanía cosmopolita no llegaremos negando sino “resignificando” nuestras identidades nacionales. No estamos en los albores sino en el ocaso del principio clásico de las nacionalidades.
Entresaquemos algunos frases del discurso de celebración de la victoria: “fueron a votar porque creían que esta vez su voz podría hacer la diferencia”… “la magnitud de la tarea por delante… reconstruir esta Nación”… “el cambio no puede suceder sin espíritu de sacrificio, sin que cada uno trabaje más y se preocupe no sólo por sí sino por el otro”… “si hay alguien por ahí que se pregunta si el sueño de nuestros fundadores está vivo en nuestro tiempo esta noche tiene la respuesta”… “digamos a todos los que nos ven más allá de nuestras costas: nuestras historias son diferentes pero nuestro destino es el mismo y llega un nuevo amanecer del liderazgo estadounidense”… “nunca hemos sido sólo una colección de individuos o estados rojos o azules. Somos y siempre seremos los Estados Unidos de América”… “la fuerza duradera de esta Nación no procede de nuestras armas ni de nuestra riqueza sino del poder duradero de nuestros ideales: democracia, libertad, oportunidad, esperanza”.
Quienes esperen de Obama cambios rápidos, radicales y en todos los frentes van a quedar rápidamente decepcionados. La expresión “revolución democrática” tiene mucho de ‘contradictio in terminis’. Las democracias duraderas son las que registran históricamente mayores tasas de cambio; pero sólo vistas a largo plazo. Las democracias son incompatibles con ‘refundaciones’ totales y de la noche al día, que la historia revela como encantamientos siempre conducentes a autoritarismos, frustraciones o ambas cosas a la vez.
Lo primero es la crisis. Y de las crisis sólo se sale con voluntad y capacidad colectivas, queriendo y pudiendo salir entre todos. Ninguna parte de la sociedad saca de la crisis a la sociedad entera. La materia prima para superar la crisis somos nosotros mismos, nuestra voluntad de acordar, nuestra capacidad para consensuar, nuestra habilidad para superar rencores y conflictos. Obama se ofrece como el catalizador de todos estos procesos. Sabe que utilizar ahora como garrote político las injustas consecuencias de la crisis satisfará algunos justos rencores populistas, pero no atenderá a los intereses de las mayorías. Cada cosa a su tiempo.
Aunque todavía tomará un tiempo construir una narrativa convincente de la crisis en curso, ya hay responsables claros del gran desaguisado que pesará sobre nosotros y la siguiente generación. El anciano filósofo y sociólogo alemán Jurgen Habermas confesaba recién (www.sightandsign.com) que “son los políticos y no el capitalismo los responsables de promover el bien público” y que los políticos sabían lo que estaba pasando. Pero la responsabilidad seguramente es más compartida: en primer lugar, por la elite de 6.000 personas (identificada por David Rothkpf en Superclass: the Global Power Elite and the World they ares Making, Farrar Straus & Giroux 2008) que a través del control de las grandes multinacionales y los flujos globales desregulados tienen el poder de condicionar la vida de millones de personas al margen de todo control democrático.
Los políticos veteranos se están justificando preguntándose ¿Cómo es que no lo vimos venir? Paul Krugman les responde “¿Qué quieres decir con ‘vimos’ hombre blanco?”. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Y en medio de burbujas inmobiliarias, prestamistas forrándose, bancos de inversión ganando aún más reconvirtiendo las hipotecas basura en valores comprados con fondos prestados por gestores de capitales que parecían genios… ¿quién iba a escuchar al aguafiestas denunciando que todo aquello era un negocio piramidal de dimensiones descomunales?. Pero el aguafiestas sigue ahí denunciando a gente como Greenspan que se opuso a todas las propuestas de regulación prudencial del sistema financiero. El aguafiestas Krugman importuna también al equipo económico de Obama pidiéndole que no se concentre sólo en responder a la crisis. Los buenos analistas deben ayudar a los políticos a elevar la cabeza por encima de la gaveta de los asuntos urgentes y a mirar algo más a largo plazo. Entonces aparece la prioridad de abordar ya sin demora la reforma del sistema financiero para evitar o al menos acotar la próxima crisis (y sobre todo regular el sistema bancario en la sombra que es el que ha producido la desgracia actual). Krugman advierte al hombre blanco que si se produce la recuperación económica sin haberse hecho la reforma financiera desaparecerá el sentido de urgencia y los desaprensivos volverán a ganar dinero fácil y a espuertas acometiendo contra todo el que ose limitar sus beneficios.
Las consecuencias que todo esto vaya a tener sobre la confianza de la gente en las instituciones democráticas aún no podemos medirlas, pero no serán menores. Lo innegable es ya el escándalo ético y la consiguiente crisis de legitimidad causada. El viejo Habermas se indigna ante el dato de que son los grupos sociales más vulnerables los que van a sufrir las peores dentelladas de unos mercados fracasados porque malos políticos no quisieron o supieron embridarlos regulatoriamente. Pero como si fuera consciente de la vieja verdad de que “de las malas políticas (y políticos) no se sale sólo con ética sino con buenas políticas (y políticos)”, Habermas acaba señalando que “a los políticos democráticos no será ya posible creerlos hasta que no pongan en marcha las regulaciones e instituciones que hace tiempo debieron impulsar”.
Se trata ante todo de reconstruir la confianza. Y ahí se ofrece Obama. Su primer anuncio es un gran plan de inversiones dirigido a crear 2.500.000 empleos en dos años. Imposible sin un equipo económico que conozca el funcionamiento del sistema e inspira confianza a la mayoría de los actores. Para ello ayudan poco las ideologías. Los ‘neocons’ fracasaron porque usaron el poderío estadounidense al servicio de una ideología extremista: el neoliberalismo. Obama no va a basarse en ninguna ideología alternativa. Como dice Moisés Naim, “sabemos demasiado poco sobre cómo funcionan las cosas como para tomar decisiones basadas en prejuicios y no en experiencias y datos. En vista de la explosiva situación del mundo actual, el pragmatismo y la humildad ideológica son las mejores guías.” Así se entiende como Obama ha compuesto su primer equipo de gobierno.
Hoy no hay liderazgo sin equipo. Conviene no olvidar que ni Jesús de Nazaret, pudiéndolo todo, pudo prescindir de su equipo. Ya está decidido el equipo que a partir del 20 de enero ayudará a Barak Obama a afrontar la recesión económica, reformar el sistema financiero y reformular el nuevo liderazgo de los Estados Unidos en la transición a una gobernanza global multipolar. A la Secretaría de Estado irá Hilary Clinton, un politicaza que no pasará por ningún lugar sin hacer historia, y a la Jefatura de Gabinete, Rham Emanuel, viejo colaborador de los Clinton, ambos personas experimentadas y conocedoras de los entresijos de Washington. A la Secretaría de Defensa irá Robert Gates, el actual Secretario de Defensa con George W. Bush, y el general James Jones será el Consejero de Seguridad Nacional. Todos ellos son vetarnos de Washington. Es como si Obama hubiera tomado en cuenta lo que le sucedió a Jimmy Carter que se rodeó de un grupo de georgianos sin experiencia que lo empujaron a cometer muchos de los errores que empañaron su presidencia. Obama también se llevará a Washington a amigos de Chicago, pero el grueso de su equipo son washingtonianos. Ha privilegiado la competencia y la experiencia sobre la lealtad. Según sus asesores, para trasladar la visión de cambio a la práctica es necesaria esa experiencia. ¿Y el cambio? El cambio es él.
Los criterios de composición del equipo económico no han sido muy diferentes. Tim Geithner será el nuevo Secretario del Tesoro, la cara joven del equipo económico, el rostro del cambio, con cierto parecido físico y biográfico con Obama. Joven pero no inexperto. Es el actual presidente de la Fed de Nueva York, creció y se formó en el extrajero –Zimbabue, India y Tailandia- y se defiende en chino y japonés. Robert Kuttner, autor del nuevo libro El Reto de Obama lo califica como receptivo a la idea de una transformación del sistema financiero de la dimensión del new deal para poner fin al ciclo de burbujas especulativas y rescates gubernamentales. En algunos discursos se ha mostrado partidario de “normas exigentes respecto a capital, liquidez y gestión de riesgo para las instituciones más grandes”.
A la presidencia del Consejo Económico Nacional irá Larry Summers, ex Secretario del Tesoro con Bill Clinton, considerado como uno de los economistas más brillantes de nuestro tiempo, sobrino de Paul Samuelson, criticado por haber defendido la política clintoniana de desregulación financiera, vuelto a sus raíces keynesianas hasta en el uso de la frase “cuando cambian las circunstancias, cambio mi opinión”. Es el Larry Summers que siendo presidente de la Universidad de Harvard cometió el desliz de cuestionar, en base a ciertos hallazgos empíricos, si las mujeres tenían las mismas capacidades para las ciencias físicas que los hombres. Tuvo que dimitir. No sabemos si ha cambiado de opinión al respecto. Sí lo ha hecho respecto a su antigua convicción de que la única política macroeconómica eficaz era la política monetaria. Ahora quiere disparar con todas las armas: apoyará un plan de reactivación que puede rebasar los 700.000 millones de dólares que incluirá obras públicas de infraestructura, transferencias de dinero a los Estados, creación de empleo para la lucha contra el cambio climático y recortes de impuestos. Parece haberse sumado a los que defienden la expansión cuantitativa en política monetaria, es decir, la compra de deuda pública por parte de la Fed, lo que equivale a imprimir dinero. Si Summers asume de verdad este análisis tendrá que convencer a Ben Bernanke, presidente de la Fed, de que la solvencia a largo plazo de los Estados Unidos no se va a ver hipotecada por una expansión del gasto público sin precedentes desde el new deal y por el recurso a la máquina del dinero. Tampoco se descarta que el plan a medio plazo de Obama sea colocar a Summers en la Reserva Federal.

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