Colombia, la oportunidad para la paz

Colombia, la oportunidad para la paz

Porqué el NO puede ser positivo para una paz más duradera y sostenible.

Néstor Calbet Doctorando Universidad de Deusto

Nadie se esperaba el resultado del plebiscito en Colombia, se pensaba que el Sí ganaría incluso con comodidad. Pero no ha sido así, y, de hecho, puede ser positivo dado el contexto. Siempre es más fácil ver y explicar los hechos cuando ya hanocurrido, pero tenemos que analizar el proceso de paz y no solo el plebiscito para entenderlo.

LA OPORTUNIDAD PARA LA PAZ

Nadie se esperaba el resultado del plebiscito en Colombia, se pensaba que el Sí ganaría incluso con comodidad. Pero no ha sido así, y, de hecho, puede ser positivo dado el contexto. Siempre es más fácil ver y explicar los hechos cuando ya hanocurrido, pero tenemos que analizar el proceso de paz y no solo el plebiscito para entenderlo. El proceso ya empezó con la postura contraria del expresidente y senador Álvaro Uribe. Se han apuntado varios motivos para explicar esta oposición, de los que yo remarcaría los siguientes como los más probables: Uribe creía que un proceso de paz con las FARC debería limitarse a un acuerdo de desarme, desmovilización y reinserción (DDR) a cambio de reducciones de penas, como se hizo con los paramilitares,a lo que habría que añadir ciertorencorpor no haber sido él el protagonista de la paz en Colombia. Su negativa al proceso le llevó a crear un nuevo partido, el Centro Democrático, contrario al proceso de paz, ycon una ideología conservadora no muy distante de la del actual gobierno. Además, durante todo el proceso abanderó las críticas a las negociaciones y a los acuerdos que se iban publicando desde la mesa de conversaciones en La Habana. En las elecciones presidenciales de 2014, cuando el proceso de paz ya llevaba dos años, el candidato del Centro Democrático Oscar Iván Zuluaga ganó en primera vuelta, y solo en la segunda vuelta Manuel Santos ganó por menos de un millón de votos, con un 50,94% frente al 45% de Zuluaga. Es significativo comparar cruzar los mapas de la distribución de voto en la segunda ronda de las elecciones y del plebiscito: 01img03   02img03Era bastante improbable que en dos años tanta gentecambiarade parecer, teniendo en cuenta que la campaña por el No estaba encabezada por el mismo Álvaro Uribe. Ante este resultado es necesario un análisis amplio, más allá de los lugares donde ha ganado cada postura. El hecho de que el Sí y el No quedaran tan ajustados, deja un país dividido entre estas dos opciones. El uribismo acogió el No al no estar conforme con ciertos aspectos del acuerdo, y llevó a cabo una campaña muy agresiva contra el proceso de paz. La situación habría sido muy complicada en caso de que se hubieran refrendado los acuerdos por un estrecho margen, ya que las dificultades para su implementación habrían sido enormes. Con seguridad se tendría que haber renegociado igualmente, aunque, a diferencia de ahora, los partidarios de los acuerdos de paz habrían estado en una posición más legitimada. Ahora bien, la renegociación se presenta muy delicada.Esta nueva etapa puede ser positiva siempre que se cumplan tres condiciones: 1) Que mantenga el espíritu del acuerdo. Lo acordado está acordado y solo podrá admitir matices, no cambios realmente substanciales.Además, una gran parte de la población, y especialmente las víctimas, han votado a favor de ellos, y se les tendrá que tener en cuenta en la renegociación. 2) Que el proceso no se alargue más de unos pocos meses –mejor si se cuenta con un calendario-, pues el cansancio de la ciudadaníay también de las partes negociadoras puede llevar al desencanto con el proceso. 3) Que se actúe con espíritu negociador, sin posturas intransigentes e inflexibles que lleven a la inacción o al estancamiento. Hay que ser muy consciente que renegociar unos acuerdos que han sido resultado de más de cuatro años de trabajo, que han contado con participación de muchos colombianos y colombianas más allá de las partes negociadoras, y que cuentan con el apoyo de la comunidad internacional, no puede hacerse a la ligera. Ha habido mucho trabajo y esfuerzo de discusión y elaboración de los acuerdos, y los riesgos de volver a la guerra si se ignora este contexto no son inexistentes. Es realmente muy importante que la gente que ha votado contra los acuerdos en el plebiscito se sume al apoyo del proceso de paz,  puedan aceptar un nuevo acuerdo, sentirlo como positivo e incluso como propio; apoyarlos al lado de los que han votado por el Sí, y evidentemente del gobierno y de las FARC. Éste debe ser el objetivo de la renegociación, nada fácil, pero sí viable. Y también hay que aceptar que los acuerdos que han sido alabados desde tantos sectores son mejorables, y ahora es posible y necesario hacerlo. Los partidarios del Sí que no sólo querían el fin de la violencia sino las reformas de país que impidieran la vuelta a ella, deberían ser conscientes que a la larga es mejor un No por poco margen ahora, que un No con poco margen en las próximas presidenciales, pues podría conllevar fácilmente a detener el proceso de paz, mientras que ahora se cuenta con una última oportunidad para renegociar y atraer la implicación y compromiso de los partidarios del No con la construcción de la paz, fortaleciendo y apuntalando el proceso de paz. Los resultados del plebiscito han sido muy ajustados, y en un contexto en el que todas las encuestas daban una mayoría del Sí, era muy difícil prever que finalmente ganaría el No. Tanto que parece que ni Uribe se lo esperaba. Pero ante esta situación, los partidarios del No deben definir sus posturas ante la renegociación, concretar realmente qué cambios quieren, y cómo pueden llevarse a cabo. No hay que olvidar que el sector uribista ha sido invitado –si bien tímidamente– a participar en el proceso de paz cuando se estaban llevando a cabo las negociaciones. Ofertas que no se materializaron, y que en parte han llevado a la situación actual. La oposición al proceso se ha caracterizado por acusaciones ambiguas, lecturas interesadas del proceso, simplistas e incluso falsas. Ahora el uribismo tiene una gran responsabilidad para terminar la guerra definitivamente, y deberá estar a la altura, pues en sus manos está el que se adopten nuevos acuerdos, como mínimo tan robustos como los actuales, y que puedan ser apoyados esta vez sí por una amplia mayoría de colombianos.O hacer fracasar el proceso definitivamentey volver a la guerra.Pues se tardará mucho tiempo en volver a disponer de una oportunidad para la paz como la actual.

Los riesgos de confundir consulta con participación

A raíz del plebiscito sobre los Acuerdos de Paz en Colombia ha habido reacciones de muchos tipos, y de sectores diferentes. La mayoría de ellas me han sorprendido en tres aspectos: 1) Ha habido una gran simplificación, incluso de expertos en procesos de paz, en las explicaciones de la victoria del No y sus consecuencias.; 2) Se están haciendo afirmaciones en el sentido que a veces no es bueno preguntar a la gente sobre ciertas cuestiones, afirmación que contribuye a la confusión sobre qué es la democracia y porqué importa siempre tener en cuenta a la gente; y 3) Porqué después de un plebiscito cuando no gana la opción “sensata”, se dice que los que votaron la “mala” opción se han equivocado y si pudieran rectificarían su voto. Es así que muchos aceptan que el plebiscito suponía la máxima expresión de democracia del Proceso de Paz. Voy a desarrollar a continuación el porqué esto supone un error de planteamiento que en gran parte ha llevado a la situación actual. Un proceso de paz en su conjunto dura varios años. Se desarrolla a lo largo de tres grandes etapas. Una primera fase exploratoria o de prenegociaciones, en la que se realizan contactos entre las partes beligerantes para ver la viabilidad de iniciar unas conversaciones de paz, y se define una agenda de negociación y una metodología. Una segunda fase de negociaciones de paz en la que se establece formalmente una mesa de diálogos de paz. Y finalmente, una vez firmados unos Acuerdos de Paz, empieza la implementación de estos acuerdos. Esta tercera fase es la más larga de todas, y la que conlleva más retos para la construcción de una paz firme y duradera. La complejidad de un proceso de paz, y más aún en el contexto colombiano, hace imprescindible contar con la colaboración e implicación ciudadana. Ya no es sólo cuestión de querer o no contar con participación ciudadana para hacer un proceso transparente, democrático y legítimo, sino que sin ella resulta inviable todo proceso de construcción de una paz sostenible. Ahora bien, la democratización de un proceso de paz, igual que la democracia de un país, no se puede resumir en una elección consultiva que se produzca en un solo momento –elecciones, plebiscito, etc.-, sino que la democracia se tiene que entender como proceso, es decir, que se practica continuamente. Presentar un plebiscito sobre unos Acuerdos de Paz a modo de legitimación no es democratizar el proceso de paz, es hacer una consulta sobre un texto acordado que conlleva una agenda de país para los siguientes 10 años como mínimo, en la que si no obtienes una holgada mayoría a favor, te pueden dificultar, o directamente anular, todo el proceso de paz, como ya pasó en Guatemala y en Chipre, y que Colombia ahora mismo corre el riesgo de repetir. Esta crítica debe entenderse sobre cómo se ha gestionado la refrendación de los acuerdos y no supone estar en contra de un plebiscito, sino aceptar que el resultado de un plebiscito es consecuencia del desarrollo del propio proceso –las negociaciones de paz- y no de su producto final –el Acuerdo de Paz-, y no se puede esperar otra cosa. No pude pretenderse obtener un Sí legitimador sin un proceso adecuado. En el caso del plebiscito colombiano, de haber ganado el Sí sin una amplia mayoría habría sido inevitable renegociar igualmente debido a la fuerte oposición a los Acuerdos por parte del segundo partido más votado en el país solo dos años antes. Se trata pues de ver el propio proceso como expresión de democracia. La democracia tiene que ser participativa, lo que supone algo más que votar, es ser partícipes de las decisiones. En este sentido el proceso de paz de La Habana ha sido uno de los Procesos de Paz más participativos del mundo, contando con fórmulas innovadoras para llevar a la mesa de conversaciones las propuestas y opiniones de la sociedad civil organizada, de víctimas, patronal, iglesia, mundo universitario, expertos internacionales, y personas a título individual. Por eso mismo es necesario preguntarse qué ha fallado. La respuesta la encontramos en haber subestimado la capacidad de movilización del principal partido de oposición, encabezado por Álvaro Uribe, que desde un primer momento, en cuanto se anunció el inicio del proceso de paz, trabajó activamente en su contra. No se ha sabido incluir la postura del Centro Democrático en el proceso de negociaciones, porque ya de entrada se negaron a participar en un proceso que rechazaban. Pero los partidarios del proceso tampoco realizaron esfuerzos reales en esta dirección. Es fácil decirlo ahora y no haber sido conscientes en su momento, pero debemos aprender de lo ocurrido y tenerlo presente para la renegociación. Es cierto que la participación estaba abierta a todo aquel que quisiera, pero se debería haber buscado activamente también la complicidad de quien no estaba de acuerdo con el proceso, pues de ellos también depende en gran medida la implementación. Esta cuestión ha provocado la situación actual. Esto nos lleva de nuevo a ser conscientes de que la democracia no se puede reducir tan solo a una cuestión binaria de sí o no, de una opción u otra. La democracia no es la mera aprobación o rechazo del resultado de un proceso, es el proceso en sí mismo, y para que haya democracia, debe haber participación inclusiva. Ésta no es una crítica al plebiscito, que puede servir de mayor legitimación de unos Acuerdos; lo que no debe hacerse es confundir una consulta puntual con un proceso participativo y democrático.

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