Obama mira otra vez al Sur

Autor: Peter Hakim
Presidente eméritus del Diálogo Interamericano. Asesor de organismos internacionales.
Las relaciones de los Estados Unidos con Latinoamérica siempre han sido complejas. Se analiza aquí el presente de estas relaciones con México y los países centroamericanos.
Desde su reelección en noviembre, el presidente Obama se ha reunido solamente con un líder latinoamericano, el presidente mexicano Enrique Peña Nieto. Que Obama viaje a México ahora para encontrarse con Peña Nieto otra vez, destaca el hecho de que, de entre todas las naciones de América Latina, México es abrumadoramente preeminente para los intereses y prioridades de EE.UU.. No hay, simplemente, ningún otro país en la región (o quizás en el mundo) que sea más importante para EE.UU.
Más aún, las proyecciones son hoy mejores que lo que fueron en cualquier momento de las dos últimas décadas para que EE.UU. y México mejoren sus relaciones y aumenten los beneficios para ambos. Hay un sorprendente contraste con una gran parte del resto de América Latina, donde las relaciones con EE.UU. se han enfriado y distanciado y los Estados Unidos se han vuelto menos y menos relevantes.
Obama visitará también Costa Rica, donde planea reunirse con los presidentes de cinco países de América Central, además de los líderes de Panamá y República Dominicana. Así como México, estos siete países tienen tratados de libre comercio vigentes con los Estados Unidos y, aunque en grados diferentes, todos quieren estrechar más sus lazos con EE.UU..
Muchos de ellos necesitan la ayuda de EE.UU. para defenderse de las organizaciones criminales que representan una amenaza creciente para el papel de la ley y la estabilidad de la democracia en la región. Otros están afrontando serias dificultades económicas, sociales e institucionales. Sólo unos pocos países en esta región han disfrutado del boom de Latinoamérica de la pasada década.
México es hoy en día un país con mucha más confianza en sí mismo que cuando el presidente Obama llegó por primera vez a la Casa Blanca en el 2009. A pesar de una sostenida ola de crimen y violencia y muchos otros problemas los mexicanos sienten que su nación y gobierno están cada vez más orientados a la dirección adecuada. Son más optimistas en cuanto a la economía nacional, que se está expandiendo a un ritmo saludable después de muchos años de crecimiento muy débil. Algunos se animan a pensar que pueden ser un desafío para el liderazgo de Brasil entre las naciones de América Latina y se sienten capaces de competir con China en el mercado estadounidense. El tono será diferente en América Central, donde campa el pesimismo y muchos países sienten que están bajo sitio, incapaces de mantener su política, economía y seguridad en orden.
La suerte de México ha dado un giro de noventa grados en los últimos años. Durante los seis años de presidencia de Felipe Calderón, el predecesor inmediato de Peña Nieto, el escenario estaba totalmente ocupado por una brutal pandemia de crimen y violencia que ensombrecía casi cualquier otra cosa que estuviera sucediendo en y para México. Los asuntos de seguridad pública fueron la prioridad número uno de Calderón y pesaron mucho en la relación entre EE.UU. y México.
Washington se alarmaba cada vez más por el flujo de drogas proveniente de México, la perspectiva de la violencia inundando EE.UU, y, sobre todo, por los peligros de un (y según algunos incluso eventualmente fallido) seriamente debilitado Estado en su frontera. En México, muchos culpaban a Estados Unidos por la oleada de violencia criminal, apuntando a la enorme apetencia de los estadounidenses por las drogas y por el flujo incesante de armas ilegales que llegan desde ese país hacia México. Muchos mexicanos consideraban, generalmente, ínfima, tardía y de valor cuestionable la ayuda de seguridad de EE.UU. a través del llamado Plan Mérida.
Mientras el crimen y la seguridad siguen siendo una de las preocupaciones de primer orden, el gobierno de Peña Nieto todavía no tiene clara su estrategia para enfrentarlos a pesar de que ha quedado claro que la nueva administración está buscando una relación diferente con Estados Unidos en materia de seguridad.
Peña Nieto está también intentando girar el foco de atención hacia un conjunto de diferentes prioridades, principalmente dirigidas a levantar la economía mexicana, hacerla más productiva, resistente y equitativa, y a construir una relación económica más robusta con los EE.UU. Mientras algunos funcionarios estadounidenses están preocupados por la indecisión de México en materia de seguridad, Obama, al anunciar su visita, puso el énfasis en los temas económicos y de inmigración.
Desde 1993, cuando el Congreso de EE.UU. dio su aprobación al NAFTA, el acuerdo de libre comercio entre México, EE.UU. y Canadá, nunca habían sido tan buenas las proyecciones para mejorar en forma drástica lo que ya es una destacablemente fuerte relación económica bilateral. En las pasadas dos décadas, el comercio entre ambos países ha crecido a cerca de 500.000 millones de dólares, creciendo a más del doble del ritmo que el comercio de EE.UU. con el resto del mundo.
Hoy México está corriendo cabeza con cabeza con China como  segundo socio comercial de EE.UU. y algunas proyecciones anticipan a México superando a Canadá y surgiendo como el mayor destino exportador a EE.UU. en los próximos seis años. Los productores mexicanos, más aún, están firmemente incorporados a la cadena de suministros de Estados Unidos, en la medida en que los productos fabricados en Estados Unidos representan casi el 40 por ciento de los insumos para las exportaciones mexicanas.
En los próximos meses, México y EE.UU. parecen estar dispuestos a seguir adelante con cambios importantes, largamente diferidos en las políticas nacionales que abrirán una serie de nuevas oportunidades económicas para ambos.
Washington está a punto de legislar una reforma sensata y humana de su sistema de inmigración. Esto podría, en primera instancia, eliminar (o al menos aliviar sustancialmente) una fuente persistente de tensión en las relaciones  y facilitar la cooperación en muchos otros frentes. Un nuevo enfoque político también sería de gran ayuda para ambas economías.
Ello permitiría a los inmigrantes recién legalizados alcanzar mejores sueldos, puestos de trabajo más seguros, que se sumarían a sus ya considerables contribuciones a la economía de los EE.UU. y aumentando probablemente las remesas que envían a México (tal vez por lo menos un diez por ciento o unos 2,5 millones de dólares anuales, según algunos expertos) . Un nuevo programa de trabajadores temporales podría beneficiar también a ambas naciones.
Peña Nieto en su mejor “momentum”
En México, el gobierno de Peña Nieto se ha embarcado en un ambicioso programa de reformas que, si tiene éxito, va a transformar a México en un socio económico mucho más fuerte para los EE.UU. Los cambios más potentes serían la apertura de la producción de petróleo y gas de México a la inversión extranjera y una revisión a fondo de Pemex, la compañía petrolera nacional. Juntos ayudarían a asegurar que México siga siendo un exportador de energía de clase mundial y una importante fuente de petróleo para el mercado de EE.UU.. Además, los cambios podrían abrir el camino para que México pueda explotar sus enormes reservas de gas de esquisto y petróleo, estimadas ahora como la cuarta más grande en el mundo. Vale la pena señalar que los mercados de energía y mano de obra son los dos sectores más críticos omitidos desde el acuerdo de NAFTA.
Pero las ambiciones de las reformas van mucho más allá del sector de la energía. El gobierno de Peña Nieto ya ha restringido el poder de los sindicatos de docentes para obstruir los cambios que necesita desesperadamente el mediocre sistema educativo de México (e incluso ha logrado poner en la cárcel por cargos de corrupción a la líder con mano de hierro del sindicato docente).
El nuevo gobierno también se ha metido con algunos de los propietarios de negocios más millonarios e influyentes de México, en un esfuerzo por reducir el poder monopólico de las industrias de telecomunicaciones y de medios. Y está presionando fuertemente a favor de cambios fiscales que ampliarían el impuesto anual a la renta (actualmente entre los más bajos de América Latina) y que recaudaría los fondos necesarios para el desarrollo de la infraestructura, la educación, la seguridad pública y los servicios sociales. En conjunto, los cambios propuestos, en caso de aplicarse, daría un enorme impulso a la economía de México.
¿Puede lograrse todo esto? Sin duda hay una buena dosis de optimismo en México, pero el resultado está todavía lejos de ser seguro. El nacionalismo mexicano, como lo ha hecho muchas veces en el pasado, podría terminar bloqueando o diluyendo severamente las reformas energéticas, lo que requiere revisiones de la Constitución mexicana. Poderosos sindicatos laborales, empresarios bien conectados y magnates de los medios de comunicación siguen siendo tremendos obstáculos. Aun así, el gobierno de Peña Nieto ha logrado llegar a un considerable momentum político.
Su logro más importante ha sido el tripartito “Pacto por México”, que el gobierno negoció con sus dos principales rivales de izquierda y derecha. A pesar de que es en su mayoría impreciso sobre los detalles cruciales y polémicos cambios específicos, el pacto ofrece un marco esencial para la reforma a través de muchos temas y sirve como base para conversaciones estructuradas entre las partes. Se han identificado amplias zonas de convergencia y ahora hay expectativas para avanzar más allá del tradicional punto muerto político – a pesar de que en las últimas semanas el Pacto ha estado amenazado por la creciente tensión entre los partidos.
Debido a que los mexicanos les gusta y respetan Obama, su viaje a México puede subir el prestigio de Peña Nieto algunos puntos, pero no se debe esperar que esta visita provoque un avance en el programa gubernamental de reformas. Eso va a seguir dependiendo de las habilidades políticas de Peña Nieto y sus asesores. Obama sabe que cualquier esfuerzo por influir en los resultados políticos en México será contraproducente, al igual que los políticos mexicanos saben mantener su distancia de los debates estadounidenses sobre la inmigración.
Un fuerte compromiso de EE.UU. con Centroamérica es esencial
La segunda parada del viaje de Obama, San José, Costa Rica, ofrecerá al presidente de EE.UU. un panorama mucho menos positivo. Obama probablemente va a llevar buenas noticias acerca de la reforma migratoria a una región que ha enviado un número inusualmente grande de inmigrantes a EE.UU. y ha vuelto, cada vez más, a contar con un flujo constante de remesas de sus ciudadanos que emigraron.
Pero es el crimen y la violencia relacionados con la droga lo que dominará la discusión, en parte debido a que estos son los temas que dominan la vida cotidiana en muchos países de la región. Incluso Costa Rica, uno de los países más exitosos de América Latina, con un sólido historial de gobernabilidad democrática y progreso social y económico continuo, se siente amenazada por las organizaciones criminales de la región y ha visto cómo su tasa de homicidios aumenta rápidamente en los últimos años….
Las tasas de homicidios en varios países de la región son mucho más altas, de hecho, que los más altos del mundo, rivalizando con el número de muertes en las guerras desgarradoras entre naciones de África. No debería sorprender que los EE.UU. gasten la mayor parte de su dinero de la ayuda en la región en materia de seguridad. Pero la región necesita bastante más ayuda que la que le da Estados Unidos.
Centroamérica presenta oportunidades económicas muchos más limitadas para los EE.UU. que México. Es en cambio en su mayoría un área de gran necesidad. A diferencia de México, no puede hacer mucho para dar de respuesta a las amenazas de su seguridad sin ayuda externa. Las economías centroamericanas son considerablemente más débiles, sus instituciones menos sólidas, y las democracias más frágiles.
Un fuerte compromiso de EE.UU. es esencial aquí. Ningún otro país en el mundo tiene los lazos históricos, demográficos y económicos con Centroamérica y es probable que ningún otro gobierno llegue a ser tan decisivo en la ayuda para la región. Pero el presidente Obama tiene que prestar mucha atención a las opiniones de los líderes de América Central: muchos de ellos tienen opiniones muy diferentes de los EE.UU. sobre temas críticos de la seguridad y las políticas antidrogas, y merecen la atención de Washington.
Según el Departamento de Estado, EE.UU. ha invertido unos 500 millones de dólares en ayuda de seguridad durante los últimos cinco años, lo que no ha sido suficiente. Es solamente un octavo de lo que Washington dio a Colombia cada año durante toda una década, y está muy por debajo de la ayuda de seguridad a a México. Pero no se trata sólo de que los EE.UU. estén dando menos a su programa de ayuda en América Central. Es necesario que Washington dé forma a una política más amplia, a largo plazo, hacia la región, que se ocupe de una amplia gama de cuestiones (desarrollo económico y social, programas de educación y salud, desarrollo energético, y reformas y fortalecimiento institucional). Líderes de América Central está interesados en una mayor cooperación con EE.UU., pero su interés puede decaer si EE.UU. no responde de manera satisfactoria y las condiciones siguen deteriorándose.
Tanto México como Centroamérica son una prueba para los EE.UU.. Si no podemos encontrar la manera de responder a las oportunidades en México y las necesidades de América Central, es difícil imaginar a los EE.UU. ejerciendo una política o estrategia seria para el resto de América Latina. México y Centroamérica quieren estrechar lazos con los EE.UU.. Será mucho más difícil en otras partes de América Latina, donde muchos países están cada vez más ambivalentes acerca de sus relaciones con los Estados Unidos.
Publicado en Infolatam http://www.infolatam.com y reproducido con autorización.

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