¿Populismos versus democracia?

¿Populismos versus democracia?

Joan Prats(†)
Académico y Consultor Internacional

En este artículo de 2006 sobre los procesos políticos latinoamericanos basados en movimientos sociales, el profesor Prats explica su complejidad intrínseca, que trasciende el análisis simplista que enfrenta populismo con democracia.

La semana pasada The Economist proponía ver los procesos latinoamericanos actuales como un conflicto entre populismos de izquierda, por un lado, y demócra­tas de izquierda y de derecha, por otro. Esta simplificación atrae a muchos, pero nos resulta más confundidora que clarificadora.
En América Latina hay más de una forma de ser demócrata y los diversos entendimientos de la democracia resultan a veces muy opuestos. Demócratas se consideraban los adecos y copeianos de Venezuela durante la Cuarta República, pero se trataba de una democracia de muy baja intensidad institucional, apoyada en un estado rentista, un sistema de acceso y ejercicio del poder clientelar, un capitalismo de camarilla, bajísimos niveles de estado de derecho y altísimos niveles de corrupción. En estos contextos socio-políticos, las élites gobernantes, cualesquiera que sean sus intenciones, se ven fuertemente impedidas para poner en práctica políticas de desarrollo capaces de superar la pobreza y la desigualdad y desarrollar una cultura genuinamente productiva.
El comandante Chávez es el hijo inesperado de todos los vicios de la Cuarta República, de la incapacidad de sus élites para hacer las reformas que el sistema requería y que pasaban necesariamente por desclienteleizar la política, sustituir el rentismo por la producción e incorporar a amplios sectores sociales a la toma de decisiones políticas, es decir, generar ciudadanía. La incapacidad y errores de las élites tradicionales, su cerrazón a toda reforma que supusiera cambios significativos en los equilibrios del poder, combinadas con las excepcionales cualidades de liderazgo carismático de Chávez precipitaron un cambio de alcance mucho mayor del esperado.
Venezuela ha entrado en el segundo milenio de la mano de una Quinta Re­pública que se presenta como socialmente inclusiva, mestiza, estatalista, antineoliberal, exploradora de nuevas formas de democracia y de socialismo «más auténticos», impulsora de alternativas regionales y globales a las propuestas del «imperialismo». Todo ello bajo la dirección de su creador, el presidente Chávez, que ha accedido al poder democráticamente, pero que todo indica que va a inten­tar perpetuarse ilimitadamente en él, que gobierna con alta discrecionalidad y baja institucionalidad, que ha introducido a las Fuerzas Armadas en el disfrute del patrimonio nacional, que ha perpetuado las prácticas clientelares y de capita­lismo camarillista (aunque sean ahora otros los miembros de la camarilla), que invoca constantemente al pueblo pero que no incentiva su organización en movi­mientos sociales autónomos … La Quinta República es un nacionalismo populis­ta cuyas políticas re distributivas «nacionales e internacionales», basadas en un barril de petróleo a 70$, alcanzan a mantener al Presidente en el poder pero son incapaces de disminuir los demonios que han impedido el desarrollo de uno de los países más bellos y feraces del mundo, a saber: el rentismo, el clientelismo, la corrupción, el camarillismo, la ausencia de estado de derecho, la falta de organi­zación civil de los pobres e informales, la ineficacia de los gobiernos … Este na­cional populismo ha escindido profundamente a la sociedad civil venezolana y se alimenta de la división de la oposición, a la que se infiltra y manipula, así como de la propalación de un clima de conspiración y hasta de invasión permanente.
El otro gran fenómeno populista, según la prensa internacional, es Evo Mora­les. Quizás la tutela tan vocal de Chávez esté ensombreciendo la contemplación de las diferencias bolivianas. Ciertamente Evo ha podido sacar pecho y echar adelante su programa electoral gracias al gran hermano venezolano. Su 54% de triunfo elec­toral y la simpatía internacional de sus chompas no habrían bastado para decretar la nacionalización de los hidrocarburos, ocupar militarmente los campos petrolíferos y poner plazo de seis meses para la renegociación de los contratos a las transnacionales, hablar de igual a igual con sus presidentes vecinos sobre el precio del gas o el conten­cioso marítimo, expulsar empresas o colonos brasileños ilegalmente instalados. Chávez ha llegado a Bolivia para quedarse una buena temporada y ya ha puesto en práctica toda una estrategia de desembarco fraterno … Yen el frente interno los hechos no son de menor entidad: se han pactado en el Congreso las Leyes de convocatoria de la Constituyente y de los referendos departamentales sobre autonomía, se escenifica la significación de las culturas originarias y hasta se habla de Estado indígena, se han conseguido acuerdos con los sindicatos de maestros y de trabajadores de salud, se denuncia y persigue la corrupción, se ha disciplinado de momento al menos a los transportistas interprovinciales, se ha lanzado una segunda reforma agraria en Oriente, se lleva un diálogo problemático pero funcional con los prefectos departamentales … Por todo ello el Presidente y el Vicepresidente y la mayoría de las instituciones públi­cas están recibiendo un elevadísimo nivel de aprobación popular.
¿Qué inquieta entonces? No es tanto lo que se hace sino el cómo se están haciendo muchas cosas. La democracia tiene mucho que ver con los procedi­mientos y los modos. El Presidente Morales y su gobierno lanzan acusaciones de conspiración de modo casi permanente sin haber aportado ninguna prueba hasta el momento, ocupan militarmente los campos petroleros, ofrecen a las Fuerzas Armadas que participen en el directorio de las empresas nacionalizadas preludiando el pacto cívico-militar, vigilan y tratan de desprestigiar insidiosamente a las per­sonas que puedan representar una alternativa de izquierdas o de centro-izquierda al MAS, se conspira por el control de los movimientos sociales, se lanzan o con­sienten campañas contra las autonomías, se caricaturiza o denosta todo lo occi­dental que se identifica con un aún más caricaturizado neoliberalismo … A estas alturas todavía no sabemos cuál es el proyecto de país que Evo y el MASvan a proponer a la Constituyente que parece que quieren originaria y fundacional de un país y un Estado nuevos que aún no atisbamos cómo puedan llegar a ser. En todo caso el populismo innegable de Chávez sólo se corresponde con un riesgo serio de populismo en Evo. Al fin y al cabo los principales voceros del MAScon­tinúan presentando su proceso como una revolución democrática y cultural.
Frente a Chávez y Evo no sólo hay demócratas. Algunos hay que si no están conspirando no tendrían ningún inconveniente en hacerlo para echarlos del poder a como dé lugar. Tienen pocas chances en el mundo de hoy. Pero entre los que no aceptan otra vía que la democrática no todos entiende la democracia del mismo modo. Los hay que consideran que la Cuarta República venezolana o la «democracia pacta­da» boliviana ya estaban bien como democracias. Son lo que no creen en sus pueblos y tienden a identificarse con los blanquitos gringos o europeos. Con su mentalidad y actitudes no conseguirán desplazar ni a Chávez ni a Evo del poder. No quieren com­prender que América Latina se ha rebelado contra la desigualdad y la injusticia y que sus gentes ya no parecen dispuestas a aceptar democracias que las toleren. Sólo hay una manera de enfrentarse eficazmente al populismo y sus riesgos: oponerles un radi­calismo democrático capaz de generar políticas creíbles y eficaces de igualdad y desa­rrollo humano. Lo opuesto al populismo no es cualquier democracia electoral sino una verdadera democracia de ciudadanas y ciudadanos políticamente activos, econó­micamente productivos y plenamente abiertos al reconocimiento y el diálogo intercultural. Las viejas democracias electorales y clientelares no son mejores que los populismos de izquierda. Para evitar los muy serios riesgos y derivas autoritarias de éstos hay que ir refundando el movimiento democrático en toda América Latina. La democracia no fue nunca un punto de llegada sino un viaje siempre inacabado hacia laplena libertad e igualdad humanas.

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