Una etapa en el camino

camino
Hay historias que para ser contadas requieren su momento y su lugar. Esta es una de ellas.
Una mañana del mes de febrero del 2011 recibí en mi bandeja de entrada un correo electrónico al que no presté demasiada atención. Su título era “invitación a impartir conferencia el próximo día 10 de febrero”.
Al leer el título puse mi atención en la fecha y en cambio no sentí curiosidad de saber sobre qué materia me solicitaban realizar la conferencia. Al ser consciente de la fecha rápidamente asocié que esa misma semana tenía que dar un examen del máster que estaba cursando, y que debiera estar lo más centrado posible durante esos días en la preparación del mismo.
Abrí el mensaje y lo leí de manera trasversal. Pude comprobar que la materia me era conocida y que la entidad que organizaba el evento era una entidad no lucrativa, pero no me percaté del lugar de celebración del mismo. Cerré el mensaje y éste quedó en la bandeja de entrada de mi correo electrónico durante unos días.
Trascurrida más de una semana, y dado que las fechas del mismo se acercaban, me dispuse a dar respuesta al mensaje declinando la amable invitación, con Dios sabe qué tipo de excusa se me hubiera ocurrido en aquel momento.
Con este propósito abrí y me dispuse a responder el mensaje, pero mientras estaba preparando el texto de respuesta, releí el mensaje y mi sorpresa fue que al mencionar el lugar de celebración éste era la ciudad de Burgos.
Un largo y profundo suspiro me sobrevino. Los momentos iniciales fueron de sorpresa, una invitación para impartir una conferencia en Burgos, esa misma ciudad que meses atrás había visitado pero que no pude ver porque las lágrimas empañaban mis ojos por el dolor de la pérdida de mi querido amigo y maestro, Dr. Joan Prats i Català.
La vida está llena de causalidades y me llevaba nuevamente a tierras castellanas cual peregrino tiene que finalizar una etapa del camino.
Decidí aceptar la invitación y me dispuse a localizar vuelos que me trasladasen desde Barcelona y alojamiento en el que hospedarme. Analizadas las diferentes opciones de horarios y costes de vuelos comprobé que la mejor opción era volar hasta la ciudad de Valladolid. Una vez allí alquilaría un coche para llegar a Burgos y recorrer el centenar de kilómetros que distan las dos ciudades. Al mirar el trazado del recorrido descubrí nuevamente sorprendido que la autopista pasa muy próxima al pueblecito de Hontanas, lugar donde meses atrás traspasó mi querido amigo mientras descansaba de su ruta peregrina.
El viaje ya no tenía marcha atrás, la decisión estaba tomada y ahora a esa visita a Burgos se añadía el propósito de visitar el lugar de Hontanas y conocer esos parajes que vio por última vez.
Esa misma noche, al regresar a casa le comenté a Eva, mi mujer, la doble sorpresa que había tenido en el día, al comentarle que había aceptado la invitación y de que estaba pensando en pasarme por Hontanas y que podría llevar unas flores o bien algún objeto de recuerdo, ella me dijo; “la vida te lleva nuevamente a Burgos, alguna experiencia debes vivir allí, déjate llevar”.
Esa frase resonaría en mi interior en los días siguientes.
Mi vuelo llegó de noche a la ciudad de Valladolid, así que hice noche en la capital Vallisoletana, y me dispuse a iniciar la ruta en coche al día siguiente que me llevaría a Burgos pasando por Hontanas.
El navegador me llevó por la autopista que une ambas ciudades y posteriormente por las carreteras locales que llevan a los pueblecitos rurales de la meseta castellana. El día acompañaba, a pesar de que en Burgos dicen que tienen dos estaciones “el Invierno y la Estación del tren”, el día era soleado y la temperatura agradable. Los campos apenas estaban dejando su color dorado para emerger los primeros brotes verdes de la primavera.
Tras un par de vericuetos, el navegador me indicaba que había llegado al pueblito de Hontanas. En ese momento el sol brillaba con intensidad y el silencio acompañaba mis pasos por este bonito pueblo rural de apenas una veintena de casas y una cincuentena de habitantes.
Al descender del coche en la entrada del pueblo, vi que me estaba observando tras la cortina una señora mayor que salió a la puerta a observarme con curiosidad pues debería ser el único forastero que visitaba el pueblo en esas fechas hibernales previas al inicio del peregrinaje.
Ante su atenta mirada yo la saludé y me preguntó ¿qué le trae aquí?, yo le respondí que estaba visitando el pueblo, pero por la cara que le observé, mi respuesta no le convenció porque esperaba otra explicación, ante su curiosidad yo le expliqué que venía desde Barcelona, que mi destino era Burgos y que pasaba por Hontanas porque era el lugar en el que había fallecido mi mejor amigo meses atrás.
La señora asintió con la cabeza y me dijo que lo sentía, que recordaba lo acontecido, que todo el pueblo quedó conmocionado. Me indicó que el lugar en el que sucedió fue en el Hostal Fuente Estrella que se encontraba justo detrás de la Iglesia. A continuación me dijo que podía hablar con la dueña del Hostal, Azucena y su madre, que las encontraría en la casa de al lado del Hostal, porque en invierno el establecimiento estaba cerrado.
Tras mi agradecimiento, y mientras recorría a pie el centenar de metros que separaban ambas viviendas, resonó en mí con más fuerza que nunca aquella frase que me dijera Eva semanas atrás “alguna experiencia debes vivir allí, déjate llevar”.
El silencio y el sol de primavera fueron testigos de mis pasos.
Tan sólo dos toques en la puerta fueron necesarios para que ésta se abriera. Tras el quicio de la puerta una señora de unos ochenta años me recibía. Yo le pregunté si era Azucena y ella me dijo que era su madre, Azucena no estaba en el pueblo porque durante el invierno vive en Burgos. Le contesté que me había indicado que vivía allí una vecina, y que yo era forastero que estaba visitando el pueblo. Me preguntó ¿qué le trae por aquí? Le indiqué, que unos meses antes había fallecido en el Hostal Fuente Estrella un peregrino, y ella con los ojos encharcados asintió con la cabeza. Me pregunto, ¿Y cómo lo sabe usted? Yo le dije, porque era mi mejor amigo.
La señora rompió a llorar y ante sus sollozos de llantos, salió a la puerta la hermana de Azucena que estaba esos días de visita en la casa materna. Me dijeron que por favor pasara que tenían muchas preguntas a las que no habían encontrado respuesta hasta el momento. Me pasaron a la salita y mientras preparaban un café comprendí que mi visita a Burgos, y más concretamente a Hontandas no era fruto de la casualidad sino de la causalidad, tenía una misión, un sentido que tal vez tan sólo yo podía dar.
En la serenidad que sigue a la emoción y el llanto, me predispuse a ofrecerles aquello único que les podía ofrecer que era mi compañía y la paz del testimonio, de la vivencia, de lo acontecido a continuación.
La madre de Azucena me desveló que ella misma la noche anterior había cocinado y servido la cena que habían tomado Jaume y Joan, y que había estado charlando con ellos en la fuente de doble caño que está detrás de la Iglesia a la puerta del Hostal Fuentestrella mientras miraban la bóveda estrellada.
Me relató que a la mañana siguiente se aconteció la noticia cuando Jaume llamó a su puerta, y que al desconcierto inicial le siguió la incertidumbre de lo ocurrido, las diligencias de la guardia civil, funeraria y el silencio, el inmenso silencio que hasta el día de hoy se había sucedido. Comprendí que el relato de las horas, los días siguientes podía tener efecto reparador en aquella familia que había quedado rota por el dolor, porque como ellas mismas dicen “había muerto un peregrino en casa”, uno de los centenares de peregrinos con los que han convivido a lo largo de los numerosos años. ¿Cómo habrá recibido su viuda la noticia? ¿Y el resto de la familia? ¿Cuál fue la causa? El duelo no resuelto dolía demasiado en sus corazones.
La madre de Azucena me pidió un favor, que no marchase de Burgos sin hablar con su hija. Se lo prometí.
Se dispuso a llamarla delante de mí para anunciarle mi visita. Comenzó la conversación diciendo; ¿a que no sabes quién ha venido a visitarnos? Azucena respondió ¿quién? Su madre le dijo un amigo del Sr. Juan –el peregrino-, que ha venido a darnos respuesta a todas aquellas preguntas a las que no encontramos respuesta.
El llanto al otro lado del hilo telefónico se hizo presente. Tras unas palabras de consuelo, quedamos emplazados en vernos a las 5 de la tarde en la ciudad de Burgos en la puerta del Café del Casino.
Antes de colgar el teléfono Azucena le dijo a su madre que si quería me podía enseñar el Hostal Fuentestrella. Las puertas del Hostal se abrieron nuevamente en invierno para recibir mi visita. A medida que las luces iluminaban las cuidadas estancias iba comprobando como aquel era un lugar de amor, un lugar que impregnaba amor y calidez por doquier. Visité su restaurante, la recepción, y nos dispusimos a subir al tercer piso abuhardillado donde se sitúa la habitación número 5. Aquella habitación se volvió a abrir tras meses de silencio y soledad. En la mesita de noche pude observar un ramo de flores secas silvestres. Como me indicó la madre de Azucena a continuación, esa habitación desde aquella noche permaneció cerrada y no le faltaron ni un solo día flores naturales.
La paz me inundó mientras visitaba ese lugar, y durante unos minutos pedí a la madre de Azucena si me podía quedar a solas en la habitación. El recuerdo de mi amigo estuvo presente durante unos minutos mientras meditaba en aquel lugar.
De nuevo se cerraron las puertas del Hostal Fuentestrella hasta la entrada de la primavera.
Me disponía a dejar atrás Hontanas, y mientras conducía hacia Burgos sentía que había cumplido un deber, que había vivido una experiencia que debía vivir.
Azucena fue puntual a su cita. La manera de cruzar nuestras miradas no dejaba duda de quiénes éramos. Nos dimos dos besos y el llanto se hizo presente en Azucena y nos acompañó durante gran parte de la tarde.
En el café tuvimos ocasión de charlar sobre lo acontecido los días posteriores, la llegada a Burgos, el velatorio en el Tanatorio La Paz, el traslado a Barcelona, su funeral. Tantos y tantos bálsamos que curaban heridas mal cicatrizadas.
La culpabilidad en Azucena pesaba demasiado, preguntas sin respuesta que no debían haberse planteado. La muerte no responde a un porqué.
Azucena estaba con el dilema de si seguir o no con la empresa en la siguiente temporada. Yo la animé a continuar con la noble tradición que habían iniciado sus padres.
La fina lluvia que al atardecer impregnaba las calles de burgos, se llevó la culpabilidad que nunca debió hacer acto de presencia.
Aquella noche mientras me estiraba en la cama para predisponerme al sueño reparador, entendí que la vida me había traído a la ciudad de Burgos no a impartir una conferencia sino a curar heridas del alma.
Antonio Galiano Barajas
Barcelona, 28 abril 2014
(4o aniversario Dr. Joan Prats i Català +)
Una etapa en el camino
Hay historias que para ser contadas requieren su momento y su lugar. Esta es una de ellas.
Una mañana del mes de febrero del 2011 recibí en mi bandeja de entrada un correo
electrónico al que no presté demasiada atención. Su título era “invitación a impartir
conferencia el próximo día 10 de febrero”.
Al leer el título puse mi atención en la fecha y en cambio no sentí curiosidad de saber sobre
qué materia me solicitaban realizar la conferencia. Al ser consciente de la fecha rápidamente
asocié que esa misma semana tenía que dar un examen del máster que estaba cursando, y que
debiera estar lo más centrado posible durante esos días en la preparación del mismo.
Abrí el mensaje y lo leí de manera trasversal. Pude comprobar que la materia me era conocida
y que la entidad que organizaba el evento era una entidad no lucrativa, pero no me percaté del
lugar de celebración del mismo. Cerré el mensaje y éste quedó en la bandeja de entrada de mi
correo electrónico durante unos días.
Trascurrida más de una semana, y dado que las fechas del mismo se acercaban, me dispuse a
dar respuesta al mensaje declinando la amable invitación, con Dios sabe qué tipo de excusa se
me hubiera ocurrido en aquel momento.
Con este propósito abrí y me dispuse a responder el mensaje, pero mientras estaba
preparando el texto de respuesta, releí el mensaje y mi sorpresa fue que al mencionar el lugar
de celebración éste era la ciudad de Burgos.
Un largo y profundo suspiro me sobrevino. Los momentos iniciales fueron de sorpresa, una
invitación para impartir una conferencia en Burgos, esa misma ciudad que meses atrás había
visitado pero que no pude ver porque las lágrimas empañaban mis ojos por el dolor de la
pérdida de mi querido amigo y maestro, Dr. Joan Prats i Català.
La vida está llena de causalidades y me llevaba nuevamente a tierras castellanas cual peregrino
tiene que finalizar una etapa del camino.
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Decidí aceptar la invitación y me dispuse a localizar vuelos que me trasladasen desde
Barcelona y alojamiento en el que hospedarme. Analizadas las diferentes opciones de horarios
y costes de vuelos comprobé que la mejor opción era volar hasta la ciudad de Valladolid. Una
vez allí alquilaría un coche para llegar a Burgos y recorrer el centenar de kilómetros que distan
las dos ciudades. Al mirar el trazado del recorrido descubrí nuevamente sorprendido que la
autopista pasa muy próxima al pueblecito de Hontanas, lugar donde meses atrás traspasó mi
querido amigo mientras descansaba de su ruta peregrina.
El viaje ya no tenía marcha atrás, la decisión estaba tomada y ahora a esa visita a Burgos se
añadía el propósito de visitar el lugar de Hontanas y conocer esos parajes que vio por última
vez.
Esa misma noche, al regresar a casa le comenté a Eva, mi mujer, la doble sorpresa que había
tenido en el día, al comentarle que había aceptado la invitación y de que estaba pensando en
pasarme por Hontanas y que podría llevar unas flores o bien algún objeto de recuerdo, ella me
dijo; “la vida te lleva nuevamente a Burgos, alguna experiencia debes vivir allí, déjate llevar”.
Esa frase resonaría en mi interior en los días siguientes.
Mi vuelo llegó de noche a la ciudad de Valladolid, así que hice noche en la capital Vallisoletana,
y me dispuse a iniciar la ruta en coche al día siguiente que me llevaría a Burgos pasando por
Hontanas.
El navegador me llevó por la autopista que une ambas ciudades y posteriormente por las
carreteras locales que llevan a los pueblecitos rurales de la meseta castellana. El día
acompañaba, a pesar de que en Burgos dicen que tienen dos estaciones “el Invierno y la
Estación del tren”, el día era soleado y la temperatura agradable. Los campos apenas estaban
dejando su color dorado para emerger los primeros brotes verdes de la primavera.
Tras un par de vericuetos, el navegador me indicaba que había llegado al pueblito de
Hontanas. En ese momento el sol brillaba con intensidad y el silencio acompañaba mis pasos
por este bonito pueblo rural de apenas una veintena de casas y una cincuentena de
habitantes.
Al descender del coche en la entrada del pueblo, vi que me estaba observando tras la cortina
una señora mayor que salió a la puerta a observarme con curiosidad pues debería ser el único
forastero que visitaba el pueblo en esas fechas hibernales previas al inicio del peregrinaje.
Ante su atenta mirada yo la saludé y me preguntó ¿qué le trae aquí?, yo le respondí que
estaba visitando el pueblo, pero por la cara que le observé, mi respuesta no le convenció
porque esperaba otra explicación, ante su curiosidad yo le expliqué que venía desde
Barcelona, que mi destino era Burgos y que pasaba por Hontanas porque era el lugar en el que
había fallecido mi mejor amigo meses atrás.
La señora asintió con la cabeza y me dijo que lo sentía, que recordaba lo acontecido, que todo
el pueblo quedó conmocionado. Me indicó que el lugar en el que sucedió fue en el Hostal
Fuente Estrella que se encontraba justo detrás de la Iglesia. A continuación me dijo que podía
hablar con la dueña del Hostal, Azucena y su madre, que las encontraría en la casa de al lado
del Hostal, porque en invierno el establecimiento estaba cerrado.
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Tras mi agradecimiento, y mientras recorría a pie el centenar de metros que separaban ambas
viviendas, resonó en mí con más fuerza que nunca aquella frase que me dijera Eva semanas
atrás “alguna experiencia debes vivir allí, déjate llevar”.
El silencio y el sol de primavera fueron testigos de mis pasos.
Tan sólo dos toques en la puerta fueron necesarios para que ésta se abriera. Tras el quicio de
la puerta una señora de unos ochenta años me recibía. Yo le pregunté si era Azucena y ella me
dijo que era su madre, Azucena no estaba en el pueblo porque durante el invierno vive en
Burgos. Le contesté que me había indicado que vivía allí una vecina, y que yo era forastero que
estaba visitando el pueblo. Me preguntó ¿qué le trae por aquí? Le indiqué, que unos meses
antes había fallecido en el Hostal Fuente Estrella un peregrino, y ella con los ojos encharcados
asintió con la cabeza. Me pregunto, ¿Y cómo lo sabe usted? Yo le dije, porque era mi mejor
amigo.
La señora rompió a llorar y ante sus sollozos de llantos, salió a la puerta la hermana de
Azucena que estaba esos días de visita en la casa materna. Me dijeron que por favor pasara
que tenían muchas preguntas a las que no habían encontrado respuesta hasta el momento.
Me pasaron a la salita y mientras preparaban un café comprendí que mi visita a Burgos, y más
concretamente a Hontandas no era fruto de la casualidad sino de la causalidad, tenía una
misión, un sentido que tal vez tan sólo yo podía dar.
En la serenidad que sigue a la emoción y el llanto, me predispuse a ofrecerles aquello único
que les podía ofrecer que era mi compañía y la paz del testimonio, de la vivencia, de lo
acontecido a continuación.
La madre de Azucena me desveló que ella misma la noche anterior había cocinado y servido la
cena que habían tomado Jaume y Joan, y que había estado charlando con ellos en la fuente de
doble caño que está detrás de la Iglesia a la puerta del Hostal Fuentestrella mientras miraban
la bóveda estrellada.
Me relató que a la mañana siguiente se aconteció la noticia cuando Jaume llamó a su puerta, y
que al desconcierto inicial le siguió la incertidumbre de lo ocurrido, las diligencias de la guardia
civil, funeraria y el silencio, el inmenso silencio que hasta el día de hoy se había sucedido.
Comprendí que el relato de las horas, los días siguientes podía tener efecto reparador en
aquella familia que había quedado rota por el dolor, porque como ellas mismas dicen “había
muerto un peregrino en casa”, uno de los centenares de peregrinos con los que han convivido
a lo largo de los numerosos años. ¿Cómo habrá recibido su viuda la noticia? ¿Y el resto de la
familia? ¿Cuál fue la causa? El duelo no resuelto dolía demasiado en sus corazones.
La madre de Azucena me pidió un favor, que no marchase de Burgos sin hablar con su hija.
Se lo prometí.
Se dispuso a llamarla delante de mí para anunciarle mi visita. Comenzó la conversación
diciendo; ¿a que no sabes quién ha venido a visitarnos? Azucena respondió ¿quién? Su madre
le dijo un amigo del Sr. Juan –el peregrino-, que ha venido a darnos respuesta a todas aquellas
preguntas a las que no encontramos respuesta.
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El llanto al otro lado del hilo telefónico se hizo presente. Tras unas palabras de consuelo,
quedamos emplazados en vernos a las 5 de la tarde en la ciudad de Burgos en la puerta del
Café del Casino.
Antes de colgar el teléfono Azucena le dijo a su madre que si quería me podía enseñar el
Hostal Fuentestrella.
Las puertas del Hostal se abrieron nuevamente en invierno para recibir mi visita. A medida que
las luces iluminaban las cuidadas estancias iba comprobando como aquel era un lugar de
amor, un lugar que impregnaba amor y calidez por doquier. Visité su restaurante, la recepción,
y nos dispusimos a subir al tercer piso abuhardillado donde se sitúa la habitación número 5.
Aquella habitación se volvió a abrir tras meses de silencio y soledad. En la mesita de noche
pude observar un ramo de flores secas silvestres. Como me indicó la madre de Azucena a
continuación, esa habitación desde aquella noche permaneció cerrada y no le faltaron ni un
solo día flores naturales.
La paz me inundó mientras visitaba ese lugar, y durante unos minutos pedí a la madre de
Azucena si me podía quedar a solas en la habitación. El recuerdo de mi amigo estuvo presente
durante unos minutos mientras meditaba en aquel lugar.
De nuevo se cerraron las puertas del Hostal Fuentestrella hasta la entrada de la primavera.
Me disponía a dejar atrás Hontanas, y mientras conducía hacia Burgos sentía que había
cumplido un deber, que había vivido una experiencia que debía vivir.
Azucena fue puntual a su cita. La manera de cruzar nuestras miradas no dejaba duda de
quiénes éramos. Nos dimos dos besos y el llanto se hizo presente en Azucena y nos acompañó
durante gran parte de la tarde.
En el café tuvimos ocasión de charlar sobre lo acontecido los días posteriores, la llegada a
Burgos, el velatorio en el Tanatorio La Paz, el traslado a Barcelona, su funeral. Tantos y tantos
bálsamos que curaban heridas mal cicatrizadas.
La culpabilidad en Azucena pesaba demasiado, preguntas sin respuesta que no debían haberse
planteado. La muerte no responde a un porqué.
Azucena estaba con el dilema de si seguir o no con la empresa en la siguiente temporada. Yo la
animé a continuar con la noble tradición que habían iniciado sus padres.
La fina lluvia que al atardecer impregnaba las calles de burgos, se llevó la culpabilidad que
nunca debió hacer acto de presencia.
Aquella noche mientras me estiraba en la cama para predisponerme al sueño reparador,
entendí que la vida me había traído a la ciudad de Burgos no a impartir una conferencia sino a
curar heridas del alma.
Antonio Galiano Barajas
Barcelona, 28 abril 2014
(4o aniversario Dr. Joan Prats i Català +)

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